Mamma mía es uno de los musicales más famosos y aclamados desde su estreno hace ya casi 25 años. Hasta la fecha yo solo había visto la película, una única vez y hace la tira de años, así que prácticamente no recordaba nada del desarrollo de la historia.
No soy ningún fanático de ABBA, más allá de que, como a casi todo el mundo, me gustan sus pegadizas melodías y su estética eurovisivo-setentera.
Tampoco soy una persona que haya visto muchos musicales, ni tenga el bagaje teatral suficiente como para hacer sesudas reseñas al respecto. Dicho esto, ahí va la opinión de un espectador medio, que realmente es a quien va dirigida esta producción.
Hay que decir sin rodeos que es un espectáculo de lo más recomendable, apto para todos los públicos y que engancha desde el primer número. Con una escenografía móvil muy dinámica y que no da un momento de respiro entre escena y escena, viajaremos a las islas griegas para tratar de desentrañar el misterio de la paternidad de Sophie, lo que dará pie a innumerables momentos de máxima hilaridad.
Las actuaciones están a muy buen nivel. Las coreografías, sin ser impactantes, acompañan estupendamente las fantásticas voces de los actores. Mención especial a los músicos que tocan en directo todos los temas del musical con una perfección y sincronización con la escena que no deja de sorprender.
Y como no todo puede ser de color de rosa, el puntito negativo se lo doy al público. Es una pena que haya tanto afán participativo y la gente quiera acompañar con palmas prácticamente cada canción que suena en el teatro. Cierto es que Mamma Mía es una producción con alma festiva, pero personalmente creo que tanto palmeo le resta más que le suma a lo que se está viendo.
A pesar de este último detalle, las virtudes son infinitamente superiores a los defectos, lo que hará que cualquier espectador, ya sea solo, en pareja o familia, disfrute de la magia de ABBA en la Gran Vía madrileña.