El montaje de Marta Pazos sobre la obra inacabada de Federico García Lorca es de los que te remueven. A algunos los remueve en su asiento hasta que se terminan saliendo de la sala en mitad de la función y a otros nos remueve los cimientos y nos hace vivir un auténtico viaje. A ratos me aburrí, me enfadé, me emocioné, me reí y, sobre todo, me sorprendí mucho más de lo habitual en el teatro.
Pazos construye una narrativa muy particular a través de una historia que no sigue una línea natural, pocas veces sucede lo que piensas que va a suceder y la sorpresa parece ser una de las reacciones más comunes en el patio de butacas.
Lorca propone en este primer acto de su obra una vuelta al origen y una ruptura de los convencionalismos y Marta Pazos lleva a su equipo en esa dirección, hacia un salto sin red, en la que todos los departamentos se la juegan. La propuesta destaca, como es habitual en la directora, desde un punto de vista plástico. Una vez más, esta compañía defiende una pericia sobresaliente en el trabajo del color, los materiales, las texturas sonoras, la música y, sobre todo en la integración de esto con los cuerpos de los intérpretes. Y es que… ¡qué elenco! Casi veinte jóvenes de menos de treinta años que no dudan un segundo y que demuestran su versatilidad y dominio técnico así como su compromiso con el espectáculo y con el teatro. Yo no me la perdería… Un teatro que es capaz de echar a alguien de la sala y aun así terminar con el patio de butacas en pie, merece la pena vivirlo.