La pérdida de Lorca en un altercado abierto que enfrentaba a hermanos, podría considerarse la piedra angular sobre la que la creadora, vanguardista y directora gallega, Marta Pazos, construye su último trabajo Comedia sin título, estrenada el pasado viernes en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional. Una oda al vacío de un trabajo inconcluso, un grito colorido y ahogado de dolor, en el que se reverencia y ovaciona con ahínco a lo que reclamaba el literato granadino que debía ser el teatro. Un teatro picante, comprometido, que remueva tripas. Algo que nos moleste, que ponga al límite el entendimiento, nuestra paciencia, que nos cuestione y nos haga pensar. Mientras más de uno se retorcía en su butaca y otros abandonaban la sala, la pieza continuaba su curso, sumida en la construcción onírica de la magia escénica, la capacidad apoteósica que tiene una escena plagada de recursos, al tiempo que un elenco demasiado joven parecía ejecutar instrucciones más que conformar un conjunto sólido y vertebrador sobre el que se apoyara la acción. Ahí pincharon. El naranja chillón tenía el protagonismo, mientras el espectáculo culmina con un impresionante juego de telones que suben y bajan, bajan y suben, al tiempo que todos descubrimos que los pelos están de punta y la piel de gallina. La comedia sigue sin final, pero ahora se le ha hecho justicia. El encargo de Marta Pazos de lograr remover al espectador con las posibilidades del teatro se ha cumplido.
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