Matilda es una obra imprescindible para todos los mayores y todos los pequeños, si es que existe una línea fina en quién es quién. Tenemos a la protagonista, que, aunque niña ya es más madura que sus padres. Tenemos a una profesora, que aunque mayor, se refugia en ser pequeña.
Y esto, se consigue, ya solo entrando por la puerta del teatro. Los mayores nos hacemos pequeños contemplando un escenario enorme que nos apabulla con un sinfín de libros, que a lo largo de la obra se moverán susurrándonos historias, momentos para hacernos pensar. Gracias Rodrigo Sánchez Cuerda por esta mágica (y magnífica) escenografía.
Los valores que Roald Dahl transmite en esta obra nos recuerdan lo importante: el poder del conocimiento y la imaginación, la determinación, la valentía, la defensa de la ética frente al engaño la convierten en una historia digna de celebrar.
Pero hablemos de lo que comporta hacerla musical: la mitad del reparto total de actores son menores de edad, el resto, a los que comúnmente se conoce como adultos, actúan reflejando de alguna forma a ese niño que todos llevamos dentro. Hay canciones que, simplemente, te erizan la piel por la calidad vocal, otras, te hacen mover la cadera en el asiento, deseando saltar en el escenario para poder acompañar a esos bailarines con coreografías milimetradas por Toni Espinosa. La profesora Trunchbull nos hace reír a carcajadas en más de una ocasión.
No olvidemos que nunca es tarde para volver a ser pequeño. Aquí, tenemos la excusa perfecta para poder disfrutarlo.