Fui a ver esta obra porque el tema del que trata conecta mucho conmigo, hace tiempo que me planteo qué conflictos que concibo como propios son en realidad herencias, emociones sin resolver que he heredado de familiares, aunque piense que son mías. Mudando la herencia reflexiona sobre aquellas situaciones que vuelven a pasar en la familia generación tras generación, sobre aquellas experiencias no contadas que acaban repitiéndose o dejando asuntos sin resolver en los hijos y los nietos; y lo hace a través de unas cartas que la propia autora, Lidia Guillem, encontró durante una mudanza.
Me ha parecido un ejercicio muy valiente, no es agradable hurgar en el pasado y en las heridas del presente, pero la autora ha sabido crear una pieza tierna, bella y feminista —feminista inevitablemente, sin buscarlo: simplemente las nuevas generaciones ya no se callan las cosas—. Además, es un acierto que haya involucrado al elenco en la creación de parte del texto, aportando así cada uno de los intérpretes su propio significado de heredar; esto provoca que salgas planteándote no solo qué significa para ti esa palabra sino qué cosas has heredado de tu entorno, cultura, familia y no te has dado cuenta.
Es una pena que solo hayan podido mostrar el montaje durante dos funciones, espero que la obra pueda seguir mudándose de teatro en teatro.