Muerte de un viajante es un texto clásico, de los años 40, que está sorprendentemente vigente. Me fascina a la par que me asusta que algo escrito hace más de 70 años se pueda llevar a la situación presente con tanta facilidad. Supongo que es la magia de los grandes autores, como Arthur Miller.
La obra nos presenta a Willy Loman, el prototipo de hombre que busca insaciablemente el sueño americano, y una y otra vez se da de bruces con la realidad. Una realidad que le empuja a trabajar insaciablemente hasta la extenuación por un mísero sueldo con el que poder pagar una hipoteca, seguro de vida y electrodomésticos que se estropean con sospechosa facilidad. Pero el protagonista vive en una especie de ensueño, en el que reconocer lo mísero de su vida no tiene cabida, arrastrando con él a su mujer, a quien maltrata emocionalmente y quien le es fiel a pesar de todos los pesares, adorándolo de manera enfermiza. Mención especial también merece cómo la obra trata el tema de la imposición de los sueños frustrados de los progenitores a sus hijos, en este caso del padre al hijo mayor. ¿Cuántas personas se siente también así? Nos han inculcado desde peques que el éxito es triunfar, ser la primera, llegar a todo… ¿Cuántas personas han hecho una carrera concreta porque era lo que quería su padre, pero luego ha llegado la frustración de darse cuenta por el camino que no era lo que querías tú? Desde luego es un tema que toca de manera profunda a nuestra generación. Y resulta que quizás el éxito sea simplemente ser quien quieres ser, estar en paz contigo misma y revelarte contra aquello que te lo impide ser. Ser segundo violín y no primero, también es un éxito.
En esta versión, adaptada por Natalio Grueso, destaca lo bien conseguida que está la creación de la sensación de angustia, de ahogo, de ver cómo a los personajes a veces les falta el aire y las fuerzas a través de la escenografía, la iluminación (que también ayuda mucho a saltar de una época a otra y a ver envejecer y rejuvenecer a los personajes), y el vestuario. Todo en conjunto es gris, no hay color en el montaje, tan gris como la vida de sus personajes. Trabajo de Jorge Ferrari y Felipe Ramos. También los puntos cómicos que nos alejan de vez en cuando de esta angustia, y que nos acercan a la parte más tierna de los personajes son bocanadas de aire fresco que se agradecen mucho como espectadora.
El trabajo actoral en conjunto también es muy bueno. Se nota que es una producción rodada y que llevan muchas representaciones a sus espaldas. Destacan Imanol Arias y Cristina De Inza, quienes saben danzar entre las diferentes edades de sus personajes escena a escena con mucha soltura, es fácil observar, tan solo con un cambio de postura la decadencia en la que han ido cayendo con los años.
Ver una versión de un clásico bien ejecutada encima de un escenario siempre es un placer.