Siempre se ha dicho que las artes escénicas, el altavoz del teatro, son la mejor plataforma para moldear las mentes y compartir aquellos alegatos que nos hagan reflexionar y evolucionar como sociedad. Es por eso que este texto original, interpretado por una espléndida Ana Rayo, resulta tan potente y necesario. De nuevo, Natalia Menéndez en una dirección austera con un gran protagonismo de la iluminación y un agónico ir y venir de vestuarios que parecen concebir una intención maléfica, a veces por la falta de coherencia, otras por ese juego de malabares para aunar discurso y acción. El trasfondo del relato promueve el escenario machista en el que las mujeres han aprendido a sobrevivir, quizás con bastante exageración por parte de la protagonista, que parece haber enfrentado escenas de acoso y violación equivalente a la de siete vidas. Es necesario el grito, elocuente o no, y dramaturgias cómo ésta en el Teatro Español. Deleite de una interpretación potente, desmelenada, atrevida, cascada.
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