Una obra bellísima que suspende el tiempo a través de un diálogo en solitario.
El cuerpo en movimiento, el espacio y la luz se relacionan entre sí construyendo imágenes que se suspenden, flotan y se repiten, llevando al espectador a un estado de meditación. Née no solo “recuerda la belleza”, sino que genera en el público un permanente sentimiento de placer visual.
La sinopsis menciona que Née acaricia el dolor, la pérdida y la desilusión y me parece realmente aplausible la forma en que lo consigue. Si bien es cierto que se percibe inquietud en la atmósfera, Igor la representa de una manera tan sutil que el espectador la recibe con cariño. Los símbolos escogidos -tan acertados y bellos- abrazan la angustia, sanándola al mismo tiempo que la señalan.
Se dice que “conmueve desde el lugar desde el que se narra, no tanto por el hecho narrado” en sí. Y es que se narra lo necesario. Lo suficiente como para entender las referencias y lo justo como para permitirnos entrar en esa meditación que nos mueve desde lo emocional y sensorial; “alejándonos del ruido”. Y, sobre todo, se narra desde un cuerpo hipnótico, que habita el espacio y lo viaja desde una brutal presencia escénica.
Pero además de la resaltable interpretación de Igor Calonge, cabe destacar el excelente diseño de iluminación y la escenografía, que sorprende de inicio a fin por su inteligencia, originalidad y sensibilidad estética.
En conclusión: ¡id a verla!