Una obra unipersonal que nos acerca a la realidad de vivir en un lugar donde compartes cultura y lengua pero no un físico y, a la inversa, el que ocurre cuando viajes a un entorno en el que, a priori encajas pero en el que finalmente tampoco eres reconocida como igual. Hablamos de racismo, de xenofobia, de racialización. Y para hablar, Silvia Albert va mucho más allá de las palabras.
Nos encontramos ante un trabajo íntimo y cuídado. La puesta en escena, sencilla pero creativa, contiene los elementos necesarios para activar nuestro imaginario de la mano de la actriz. Recrea situaciones a través del juego con objetos y su interpretación de tal manera que, como espectadores, los vivimos con ella. Sentimos que estamos allá, en aquel momento vital suyo, acompañándola. Además nos encontramos con un buen trabajo de cuerpo, preciso y neto, así como un apoyo audiovisual que, por otro lado mujer un juego extra con las sombras que proyecta la figura de la actriz sobre este.
Hacemos un viaje por los estereotipos que llevan a prejuicios y a una discriminación directa. Llevar, muestra verdades enormes de un manera muy directa. Y, aun así, no resulta más incómodo y agresivo del que ya carga, por natura, llevar al escenario un tema como este. Incomoda, incita a la reflexión, pero lo hace desde un punto constructivo y, como ya había comentado, íntimo y cuidado. Muy personal.