Al principio parecía una obra sencilla que planteaba problemas ya conocidos y repetidamente hablados. Muy pronto empecé a comprobar que esto no significaba que fueran aceptados ni incorporados en todos los sectores de nuestra sociedad. Es preciso repetir hasta la saciedad la visibilización de la diferencia en todos los ámbitos y desde todos los colectivos movilizados desde hace tiempo para luchar por la igualdad.
Silvia Albert Sopale da un gran paso en este sentido. Es un monólogo, un relato en primera persona que nos hace sentir muy cercanos a ella y a sus vivencias como mujer negra en un país de blancos.
Ella sola, sin demasiado atrezzo ni recursos viaja en el tiempo y en el espacio utilizando canciones conocidas, no sé si voluntariamente desafinadas, buscando sus orígenes en Nueva Guinea y Nigeria buscando en su bisabuela los motivos que la hacen sentir segura en África y discriminada en su casa. La sombra de Silvia danzando sobre un video en forma de mosaico con música africana es el mejor momento para comprender su desconcierto.
La obra está llena de tópicos que utilizamos sin darnos cuenta y que, en clave de humor, pone en evidencia la discriminación a la que se ven sometidas las negras. Ella encuentra obstáculos por ser mujer, negra y actriz en un país en el que a las mujeres, negras y actrices les cuesta mucho encontrar un hueco. Ha sido un gran repaso a las dificultades en las que se encuentran las personas que ya no son de fuera, pero que serán consideradas extranjeras por muchos años. El teatro debería plantearse seriamente este problema.