Anoche tuve la ocasión de asistir a unos de esos escasos momentos que te regala la vida. Fui a lo que yo creía que era un monólogo y me encontré con uno de los mejores espectáculos de magia que he presenciado sobre un escenario. Sin fuegos de artificio, sin espejos, sin tramposas iluminaciones, Miguel Rellán salió al escenario, se hizo el silencio, abrió la boca y nos hechizó a todos. No es la primera vez que veo a Miguel Rellán realizar semejante espectáculo. Hace años lo hizo junto con Julia Gutiérrez Caba y sus «Cartas de amor» pero en esta ocasión se encuentra solo en el escenario sin el mínimo atrezzo en el que apoyar su arte.
La historia, de Alessandro Baricco, es muy simple. Es la historia de un trompetista que se une al equipo de animación de un transatlántico. Allí conoce a Novecento, el mejor pianista de todos los tiempos y, como gran admirador suyo, nos cuenta su historia; cómo nació en el barco, probablemente dado a luz por alguna mujer de las clases inferiores que lo abandonó en primera clase con la esperanza de que alguien lo encontrara, lo adoptara y le diera una vida mejor; cómo creció y cómo se convirtió en leyenda pegado a su piano. Pero, sin desmerecer a la historia, creo que el gran aliciente de asistir a la obra es escuchar a su único actor que es de los pocos que te embelesarían leyendo el prospecto de un medicamento o la lista de la compra.
En 2015, por esta interpretación, la Unión de Actores otorgó a Miguel Rellán el premio al Mejor Actor Protagonista, además de ser nominado al premio Max.