Las verdades, frente a frente

Nuestros muertos

Nuestros muertos
26/01/2024 - Sala Teatro Cuarta Pared

En este país nos quedan, todavía, muchas heridas que cerrar. Y para cerrar las heridas hay que hablar de lo que pasó, hay que poner nombres y apellidos, hay que buscar huesos y hay que dejar que las cosas sanen. En este país, por mucho que algunos piensen que hay que dejar al pasado en paz, hace mucha falta despegarnos del silencio y mirarnos, de verdad, a los ojos. Y, en este país, hace mucha falta que el teatro hable de nuestra historia. Sin miedos, sin tabúes, sin complejos y sin autocensura. Con valentía.

Por eso, Nuestros muertos es un espectáculo importante. Con una puesta en escena mínima (una mesa, dos sillas, poco más), son los actores, el espacio sonoro y la iluminación los que nos sumergen en la historia. Sin pretensiones. Sin contemplaciones.

Un etarra arrepentido se encuentra con la madre del hombre al que mató en un atentado (este tipo de encuentros ocurrierron de verdad: a esto se le llamó la Vía Nanclares y permitió que muchas familias de víctimas mirasen a los ojos a los terroristas). En la conversación, la madre le cuenta a él cómo murió su padre, al comienzo de la guerra civil, asesinado por gente del pueblo. En la conversación, los dos se miran a los ojos, se escuchan y se tratan de entender. La distancia entre ambos es insalvable y el dolor es insuperable. Y los dos lo saben. Por eso no hay grandes emociones, no hay aspavientos, no hay espectacularidad: hay honestidad y dignidad. Una dignidad que los hace permanecer sentados durante hora y media.

Dos actores jóvenes son los encargados de contextualizar todo: ella recuerda el pasado de la mujer octogenaria y él, el del etarra. Los dos recrean esos pasados y los llenan de matices, de emoción, de rabia, de lucha. La presencia de estos dos personajes es clave no solo para armar el puzle de la función, sino para emocionar. Porque con ellos, con sus gritos, con sus risas, con sus lágrimas, el público también puede respirar en medio de ese encuentro entre los dos personajes principales.

Las interpretaciones de Carlos Jiménez-Alfaro, María Álvarez, Clara Cabrera y Javi Díaz son brillantes. Son sutiles. Son precisas. No tienen pretensiones. No hacen más que lo que hacen, ni cuentan más de lo que deben contar. Es teatro puro. Es teatro honesto.

La iluminación de David Roldán, así como la escenografía y el vestuario de Laila Ripoll son igualmente precisos, concretos y sencillos. El espacio sonoro de Mariano Marín acompaña la historia y aporta belleza y poesía.

El texto de Mariano Llorente es ágil, a pesar de que los personajes hablen mucho, hablen todo el tiempo. Es ágil porque está configurado con rupturas, con preguntas incómodas y con verdades soltadas a bocajarro. Es ágil y es inteligente. Llorente conoce bien de lo que habla y lo muestra con valentía, sin vendas en los ojos y con mucho amor. Sí, porque hace falta mucho amor para hablar de temas tan violentos, tan duros. Y, por último, su dirección sigue esa línea perfecta de precisión, sutileza y honestidad. Si todo funciona como un engranaje es, sin duda, porque la dirección es brillante.

Nuestros muertos es un espectáculo poco amable, muy duro, muy poco complaciente. Como lo son los episodios de nuestra historia en los que se enmarca el montaje. Pero es, también, una obra honesta, que desvela verdades y que desmiente mentiras. Es una obra sanadora, porque dejar que las violencias se miren a los ojos y expongan sus miserias es una manera de que sanen.

Ojalá hubiera más espectáculos como este. Ojalá Micomicón no deje nunca de querer contarnos lo que somos.

 

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