El uso de la tracción animal lleva acompañando a la humanidad desde hace miles de años y esto ha marcado, en gran parte, la relación que el ser humano ha tenido con estos animales pesados domesticados para tal fin. Aunque el crecimiento tecnológico ha reducido significativamente el uso de la tracción animal, siguen quedando vestigios y tradiciones culturales en el mundo rural como son las pruebas de arrastre con bueyes practicadas en Euskal Herria o Cantabria. Es desde esta inspiración desde donde la compañía vasca Proyecto Larrua plantea una pieza de danza con la fisicalidad y las referencias poéticas a lo rural como protagonistas, proyectando el paralelismo entre nuestra realidad como personas y la del animal preso que arrastra la piedra.
En el transcurso de Ojo de buey Helena Wilhelmsson, Jordi Vilaseca y Aritz López hacen un ejercicio físico extenuante y fluidamente encadenado trabajando en torno a elementos físicos, de luz y sonoros cargados de simbolismo. La elección de la cuerda, la vara o el cencerro como elementos escénicos permiten generar un ambiente muy reconocible sobre el que el cuerpo no puede sino reaccionar. La cuerda afecta al movimiento de manera física, la vara lo hace mediante la coacción y el cencerro mediante el aviso; y la combinación de todo ello nos lleva como espectadores a dudar de cuándo vemos al animal y cuándo trasciende nuestra propia imagen.
Creo por todo ello que la obra consigue lo que busca con maestría y que, si bien hay algunas decisiones de dramaturgia que se podrían mejorar o algunas elecciones musicales o de luz que, a mi juicio, no terminan de funcionar como sí lo hacen otras ya mencionadas, el resultado encaja y brilla. Conseguir que el cuerpo del bailarín nos lleve al animal y nos vuelva a traer es complejo; y lo consiguen creando un imaginario plástico precioso y plagado de alegorías. Si tenéis oportunidad, no os la perdáis.