Salí del Teatro La Latina con una sensación curiosa: la de haber visto un espectáculo que brilla, pero cuya luz a veces se filtra entre sombras. Oliver Twist, el musical tiene momentos de auténtica chispa, especialmente cuando aparece Jack, un personaje que me sorprendió por su frescura y por la manera en que equilibra ingenuidad y picardía sin forzar nada. Para mí fue el pequeño ancla emocional del montaje.
Su presencia es magnética, de esas que te roban la mirada aunque no esté en el centro de la acción. Carismático sin esfuerzo, cada una de sus intervenciones suma ritmo y energía a la historia. Es, sin duda, uno de los puntos más vivos de la función.
La propuesta respira ilusión y juego, y cuando la música se alinea con la narración, consigue envolver al público con una calidez sincera. Hay instantes que funcionan especialmente bien, en los que asoma algo íntimo y honesto.
En conjunto, es un musical que recomendaría ver, especialmente si uno acude dispuesto a dejarse llevar por su mezcla de inocencia, aventura y sombras. No es perfecto, pero tiene momentos que brillan con fuerza… y un Hurón imposible de ignorar.
