El TEATRO puede servir para muchas cosas y puede nacer de muchas necesidades todas válidas y todas perturbadoras.
Para Carolina África, el teatro sirve para mostrar escenas de «realidad» y dejar plantada la semilla de la inquietud en el que mira. Podría plantear incógnitas o grandes preguntas más o menos filosóficas. Pero Carolina prefiere mostrar la vida y sembrar para que tú, desde la sonrisa dulce de la escena «costumbrista», te comas el coco y pienses en ti y en tu familia. Ea, jódete. ¡A ver qué haces luego tú con eso!
Como en las obras de Antonio López, lo cotidiano esconde mil capas y un imán que te hace quedarte pegado y bucear en ti y en lo que ves. «Otoño en Abril» nos muestra a este racimo de mujeres, que comparten vida porque les ha tocado. Y chica, del roce nace el cariño.
La familia no la eliges pero puedes aprender a quererla o a respetarla o a asumirla. Ninguna de estas mujeres está realmente preparada para lo que está viviendo y todas ellas, en el fondo, viven con una cierta mentira. Alicia está aterrada con la que se le ha venido encima y desde su seguridad, en realidad no sabe cómo controlar nada. Carmen intenta vivir una vida hacia fuera para no admitir su vida hacia dentro. Paloma limpia a regañadientes y asume una vida gris, de hija monja pero ni lucha ni sabe qué quiere, sólo sabe que se ahoga. Y la madre lanza balones fuera para no ver el lío que ha montado y su incapacidad para asumirlo y organizarlo.
Los afectos viajan por donde no deben, como en muchas familias, y cuando parece que lo mejor es asumir la derrota y tirar palante, descubres un rayito de sol tras la tormenta y te anima a seguir intentándolo. A fin de cuentas el sentimiento de orfandad es más duro que el de soledad.
Carolina África es una de las mujeres más inteligentes que conozco y con este espectáculo se apodera de la sala grande del María Guerrero (se supone que no hay sala más importante en Madrid) y nos planta un espectáculo en apariencia modesto, pero sólo en apariencia. Porque de inteligentes y valientes es hacer una escenografía como la de la diosa Monica Boromello o un vestuario como el de Guadalupe Valero. PARECE un espectáculo modesto alejado de los montajes grandiosos y apabullantes de los teatro públicos pero en el fondo oculta un terremoto que te remueve porque te habla a la cara de ti y de tu familia. Y nada nos remueve más que el que nos cuestionemos nuestro propio nido. Por eso los grandes tsunamis familiares son en navidad, porque es cuando nos juntamos todos y nos miramos a la cara como pensando: «¿qué coño pinto yo aquí?».
Y todo eso lo hace Carolina África desde una supuesta modestia. Pero la modestia es sólo formal, porque en el alcance de «Otoño en Abril», es mastodóntica, desoladora y aplastante. Y además, no jodas, ¿cómo vas a mostrar la vida de un puñado de mujeres «normalitas» si lo envuelves de pasta, escenarios operísticos, vestuario de Lagasca y brilli brilli que no sea del Aliexpresssss.
Gracias, Carolina, por hacernos mirarnos hacia dentro, levantar el felpudo bajo el que todos escondemos nuestras pelusas y remover lo que nos asienta.
Ah, y confieso que nada más salir del teatro lo primero que hice… fue llamar a mi madre.