En 1667 el poeta inglés John Milton escribió el que sería su poema más memorable, Paraíso perdido. Más de 10.000 versos blancos, o sin rima, en el que se hablaba de Adán y Eva, pero sobre todo de Dios y el Diablo. Una reflexión sobre la creación y los caminos de Dios que generó un fuerte debate y que influenció más adelante tanto a los ilustrados alemanes como a muchos escritores y pensadores del romanticismo europeo. Ahora Helena Tornero lo ha adaptado para el teatro, en uno de aquellos ejercicios imposibles que vemos de vez en cuando en el teatro actual.
El comienzo se hace pesado y evidencia la naturaleza del texto original, que no está pensado para ser dramatizado. De todas formas, Andrés Lima hace un gran esfuerzo para acercarnos las palabras de Milton –el auténtico tesoro del espectáculo- y también para ofrecer un montaje vistoso y grandilocuente que contiene escenas brillantes y originales (la aparición de Adán y Eva, sin ir más lejos). Además, cuenta con la entrega absoluta de Cristina Plazas y con la maestría de un Pere Arquillué que nos presenta un Dios socarrón e irónico que parece salido de una obra de Miller o Williams. Un ser atemporal que en manos del actor resulta un divertimento ejemplar y un ejercicio de lo más interesante.
La escenografía funciona. También hay que tener en cuenta el buen trabajo de iluminación, el original vestuario o los arreglos vocales de Elena Tarrats y Laura Font. Es decir, un buen envoltorio para un espectáculo que quizás nace con el peso del texto de Milton, que puede ayudar a levantar el vuelo en algunas ocasiones pero que también puede suponer una losa muy pesada. Y es que, ya puestos, quizás hubiera sido más fácil adaptar el Caín de Lord Byron, un texto teatral –este sí- que nadie se atreve a abordar y que trata un tema similar… sobre todo por el enfrentamiento entre Lucifer y el Ángel del Señor.