La caída en el abismo de un ángel es el inicio de este viaje. En un paraje inhóspito, empieza la que será una rebelión que acabará con el mundo de los hombres, o eso es lo que piensa uno de los protagonistas de esta historia.
Basada en el poema épico de John Milton el año 1667, esta obra narra la caída de Satanás en el infierno y su posterior rebelión para provocar la caída del hombre en el Paraíso creado por Dios omnipotente. Una venganza que pretende provocar cambios en el sistema establecido por un dios orgulloso y vanidoso. Pero en el camino por esta evolución, desde la caída hasta la creación de Adán y Eva y la destrucción del paraíso, los protagonistas van argumentando el porqué de su rivalidad eterna.
Cuesta entrar un poco en el inicio, especialmente por el uso de un texto clásico y a veces demasiado enrevesado, con reflexiones grandilocuentes que hacen perder el hilo en más de una ocasión. Pero sorteado este inicio dificultoso, nos vamos encontrando con pequeñas sorpresas durante el montaje que hacen reaccionar y poner en alerta al público. Mientras el autor narra la situación en voz de Pere Arquillué -un Milton en potencia- y presenta a Satanás (Cristina Plazas) y a Dios (Arquillué) discutiendo sus puntos de vista, su historia pasa por dos momentos que es necesario remarca en el conjunto de su estructura.
La presentación de Culpa y Muerte es, quizás, una de las escenas más potentes de todo el espectáculo. La puesta en escena y la interpretación de las dos intérpretes, Laura Font y Maria Codony, se convierte en un momento de hipnosis colectiva. Los cánticos a través de sus voces a compás y la sincronía en su interpretación -fruto de un trabajo meticuloso-, crea un vacío en el tiempo que deja al público en un suspenso mágico.
El otro momento que rompe con la narrativa clásica -y a veces un poco difícil de seguir con atención- es la presentación de los “pecadores” originales, la manera como Andrés Lima (director) decide llevar a escena los dos personajes es divertida y muy rítmica. Lucía Juárez y Rubén de Eguía son Eva y Adán, a ellos los seguimos en su evolución. Con Juárez experimentamos la curiosidad de Eva y la necesidad de saber y de rebelarse ante un mundo impuesto.
Y en medio de toda esta fábula, mito o historia -según a quien se pregunte- encontramos un homenaje al oficio de comediante. Satanás explica en su momento que creó el teatro para mostrar a la población que se podían cuestionar las verdades impuestas por el sistema, para probar otras estructuras y para ponerse en los zapatos de cualquier personaje que estuviera en la tierra. Un arte muchas veces prohibido en la historia por la libertad de pensamiento y creación que buscaba y mostraba. Aunque esta parte es un grito a rebelarse y a querer un oficio muchas veces menospreciado, este homenaje queda metido con calzador en una historia ya de por sí llena de pensamientos y reflexiones. A pesar del intento, no acaba de quedar bien entramado con la historia que se está narrando, y es una pena.
Con interpretaciones impecables, la gran apuesta de esta producción es la escenografía y el montaje visual y sonoro. Cada elemento encima del escenario pretende ubicar a la espectadora en este mundo entre onírico y real, y lo consigue con creces. El diseño sonoro y de luces está trabajado al milímetro para que cada acción quede enmarcada en un paisaje concreto.
El viaje de la rebelión de un hijo descontento acaba convirtiéndose en un grito contra el sistema impuesto, los opresores, el patriarcado y las injusticias. Un todo en un pequeño cuento sobre una disputa familiar. Y así acaba todo, en imponer por encima de consensuar. Y la eterna pregunta, ¿estaba todo planeado?