Con solo dos actores en escena, Adrián Oliva y Guadalupe Serravalle se multiplican con sensibilidad y precisión para dar vida a ocho personajes distintos. Su química es palpable, y la verdad emocional que ponen a cada historia conmueve, haciendo que el público se sienta identificado con alguna de las situaciones, ya sea un encuentro entre unos ‘desconocidos’ en una parada de autobús, una pareja mayor al borde del abismo o unos jóvenes tímidos pero conectados a través de los peces (preciosa canción, por cierto). La actuación es cercana, honesta y sin ornamentos. Si a esto se le suma el doble mérito que tiene cantar en directo, se entiende el nivel de entrega y precisión que requiere una propuesta así.
Uno de los grandes aciertos es la música original de Juan Pablo Schapira, interpretada en vivo por Pablo Gómez Benito al piano, quien estaba en directa conexión con los actores y era cómplice de los momentos cómicos y tiernos. La música en directo siempre es un gran sí porque se convierte en un personaje más: respira, sugiere, conecta silencios, y envuelve cada escena con una delicadeza exquisita.
La puesta en escena minimalista refuerza el relato. En la íntima sala AZarte, el público se convierte en un testigo privilegiado de esos sentimientos, dudas e inquietudes que se dan cuando dos almas coinciden, aunque sea por un instante. “¿Por qué ha pasado esto? O mejor dicho, ¿para qué?”.