Si tienes niños de cinco años para arriba y buscas algo que enganche también a los adultos, Peter Pan en el Teatro Maravillas me sorprendió gratamente. Te lo cuento como padre: salimos del teatro con una sonrisa de oreja a oreja.
Desde el primer momento, mi hijo estaba hipnotizado. Peter entra buscando su sombra y, en dos segundos, ya están en la sala todos atentos. No hay ni un minuto muerto —el tiempo pasa tan rápido como vuela el protagonista— y los cambios de decorado son tan ágiles que ni te das cuenta: de la casa de los Darling al barco de Garfio en un abrir y cerrar de ojos. Hablando del barco, el galeón está tan bien montado que casi parecía real; juro que esperaba ver un pirata asomarse por la borda.
Las canciones originales tienen gancho: ahora mismo mi peque anda canturreando “Yo quiero volar” a todas horas. Y lo mejor de todo es el Capitán Garfio: ese punto de villano torpón que hace reír a carcajadas sin asustar a nadie.
Los actores hacen un trabajo impresionante: cambian de personaje, cantan en directo y vuelan por el escenario. Y para rematar, de vez en cuando uno de ellos se baja a la platea para sorprender a los niños —una hada que parece rozar tu mano o un pirata que te ofrece un tesoro de mentirijillas— y esos detalles convierten la función en algo todavía más mágico.
No es una obra “solo para niños”: tiene momentos pensados para que los padres también nos riamos. Y, sin caer en cursilerías, toca temas bonitos como la importancia de conservar la imaginación, la amistad y el valor de crecer sin perder la ilusión.
En definitiva, Peter Pan en el Teatro Maravillas es una experiencia familiar redonda, divertida y sin complicaciones. Salimos con ganas de volver a Nunca Jamás… y de repetirla el próximo fin de semana.