Creo fielmente que los sentidos se multiplican en el escenario, que las palabras y la verdad son más reales cuando rebotan en la atmósfera y cuando salen de un cuerpo para clavarse en otro. Que el teatro también se lee, bien, pero se escribe para ser representado. La primera vez que leí Yerma tenía 16 años. Lo recuerdo no porque marcara mi adolescencia, sino porque su sufrimiento envenenaba mis ganas. La segunda, la tarde anterior a ver el espectáculo y con un ejemplar defectuoso que convalida la consumición de cualquier estupefaciente. Ahora, la sombra de la mujer que desea ser madre me persigue, pero se detiene en la puerta de El Pavón Teatro Kamikaze, que durante el mes de febrero está custodiado por el espíritu de Federico García Lorca (en la sala principal, La Leyenda del Tiempo, por Carlota Ferrer y Darío Facal a partir de Así que pasen cinco años).
La posibilidad de engendrar vida, la nostalgia del que nunca fue amor adolescente, las grietas de la amistad con la llegada de los hijos, el paso del tiempo y también su peso. El romanticismo de un romance vacío, de un matrimonio de conveniencia, de los caprichos de una sangre que no es la tuya… Han pasado más de 80 años desde que fusilaron a Lorca. Aún nos tiembla la voz al escuchar su nombre, sus anhelos están en todos nosotros y también la denuncia. Sobre todo, la denuncia.
Un clásico fiel a la poética y al vocabulario de su autor que apuesta por una modernización (¿realmente es necesaria?) del vestuario y de una escenografía orgánica que muta a lo largo de la obra. Aquí Yerma, Juan, María, Víctor, la vieja y las dos muchachas llevan chándal y van de botellón. Se solapan personajes y momentos y se suprimen simbolismos lorquianos. No hay traición, pero tampoco novedad.
Ellos son Projecte Ingenu, un grupo de investigación teatral bajo la dirección de Marc Chornet. Veo a Neus Pàmies en el pueblo y pienso en la jovencísima Casandra Balbás, una actriz enérgica que comparte fortaleza-fragilidad con Yerma. Intuyo cierta emoción en la despedida de Víctor (Xavier Torra) y también en el (eterno) conflicto con Martí Salvat, pero sigo vibrando más con la lectura de esta tragedia catártica. ¿Qué pensaría Lorca?