Projecte Ingenu: Yerma

Mucho se ha hablado en los últimos meses del papel que tiene que tener la maternidad en la mujer. ¿Todas las mujeres deben tener hijos? ¿Es más respetable una trabajadora que una madre? Posiblemente la respuesta más sensata sea que hagas lo que quieras y, sobre todo, que vivas y dejes vivir. Y aun parecer tan evidente el debate está servido. Y las críticas, elijas lo que elijas, también.

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Una vez más me rindo a los pies del trabajo de esta compañía con este director y esta escenógrafa. Cuando representamos clásicos podríamos caer en hacer una puesta en escena fiel 100% al que la obra nos sugiere como espacios y personajes, o podemos optar por ir más allá e innovar. Cuando innovamos en los clásicos se corre un gran riesgo pero para proyectos así, vale la pena arriesgar! Se respeta el texto de la época, lo que no impide que aparezcan elementos contemporáneos sin ser estridentes ni molestar, más bien al contrario, aportando riqueza y originalidad. Lo más destacado para mí una vez más es la puesta en escena, el juego con los elementos que hay para transmitirnos y decirnos cosas más allá de las palabras. La poética y la estética de los elementos escenográficos, y su protagonismo en la historia estimulando nuestra vista y oído, es una gran parte del espectáculo. La presencia de las voces y los ritmos en directo una vez más, muy acertados.

¿Cuál será el siguiente proyecto?

Después de atreverse con Shakespeare y Caryl Churchill, Proyecto Ingenuo se lanza en esta ocasión a adaptar a Lorca, y lo hace con una puesta en escena llena de belleza y unas interpretaciones frescas, contenidas y elegantes.

Con estos ingredientes y la magnífica adaptación de Marc Chornet y Anna Maria Ricart, Lorca nos mira a los ojos y nos habla al oído para contarnos una tragedia llena de capas y matices, que sigue mucho más vigente de lo que podríamos pasar.

Muy recomendable.

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Resulta admirable que un grupo como Projecte Ingenu, formado por actores y actrices tan jóvenes, haya decidido afrontar textos clásicos como línea identificativa, cuando el riesgo es mucho más elevado y la dificultad más grande que trabajar con un teatro contemporáneo más cercano a su realidad. Después de ofrecernos un Hamlet y un Romeo y Julieta con resultados notables, el director Marc Chornet ha adentrado la compañía en el universo de Lorca con, probablemente, sus mejores resultados hasta el momento. De este modo, Yerma, la pieza escogida, coge en sus manos un talante lleno de simbolismo, delicadeza e intensidad. En este caso, la propuesta no tiene ningún tic de taller de escuela de interpretación, al contrario, en su forma, apariencia e intencionalidad es madura y absolutamente profesional, a pesar de la juventud de sus intérpretes. La actriz Alba José encarna a una protagonista frágil, angustiada y destruida con gran emotividad y solvencia como, en general, hacen el resto de sus compañeros, a pesar de que, en algún caso, hallamos alguna desigualdad interpretativa. También encontramos algún exceso de acciones simultáneas que pueden distraer del texto que, en realidad, tiene fuerza suficiente para funcionar sin ningún artificio. A pesar de esto, el conjunto contiene una gran belleza combinada con una sobriedad ocasional que combina muy bien con los magníficos y poéticos diálogos del autor que uno nunca se cansa de redescubrir.

Creo fielmente que los sentidos se multiplican en el escenario, que las palabras y la verdad son más reales cuando rebotan en la atmósfera y cuando salen de un cuerpo para clavarse en otro. Que el teatro también se lee, bien, pero se escribe para ser representado. La primera vez que leí Yerma tenía 16 años. Lo recuerdo no porque marcara mi adolescencia, sino porque su sufrimiento envenenaba mis ganas. La segunda, la tarde anterior a ver el espectáculo y con un ejemplar defectuoso que convalida la consumición de cualquier estupefaciente. Ahora, la sombra de la mujer que desea ser madre me persigue, pero se detiene en la puerta de El Pavón Teatro Kamikaze, que durante el mes de febrero está custodiado por el espíritu de Federico García Lorca (en la sala principal, La Leyenda del Tiempo, por Carlota Ferrer y Darío Facal a partir de Así que pasen cinco años).

La posibilidad de engendrar vida, la nostalgia del que nunca fue amor adolescente, las grietas de la amistad con la llegada de los hijos, el paso del tiempo y también su peso. El romanticismo de un romance vacío, de un matrimonio de conveniencia, de los caprichos de una sangre que no es la tuya… Han pasado más de 80 años desde que fusilaron a Lorca. Aún nos tiembla la voz al escuchar su nombre, sus anhelos están en todos nosotros y también la denuncia. Sobre todo, la denuncia.

Un clásico fiel a la poética y al vocabulario de su autor que apuesta por una modernización (¿realmente es necesaria?) del vestuario y de una escenografía orgánica que muta a lo largo de la obra. Aquí Yerma, Juan, María, Víctor, la vieja y las dos muchachas llevan chándal y van de botellón. Se solapan personajes y momentos y se suprimen simbolismos lorquianos. No hay traición, pero tampoco novedad.

Ellos son Projecte Ingenu, un grupo de investigación teatral bajo la dirección de Marc Chornet. Veo a Neus Pàmies en el pueblo y pienso en la jovencísima Casandra Balbás, una actriz enérgica que comparte fortaleza-fragilidad con Yerma. Intuyo cierta emoción en la despedida de Víctor (Xavier Torra) y también en el (eterno) conflicto con Martí Salvat, pero sigo vibrando más con la lectura de esta tragedia catártica. ¿Qué pensaría Lorca?