Sergio Peris-Mencheta versiona, una vez más, un maravilloso texto que esta vez se encuadra dentro del teatro del absurdo de la mano de Sébastien Thiéry, dibujado sutilmente mediante el apoyo de una escenografía de Curt Allen Miller que acompaña poderosamente la trama en su planteamiento.
Javier Gutiérrez se echa la obra a la espalda para narrar una historia que, en su fondo, nos aqueja a todos: el peso de las circunstancias que nos conducen a un lugar al que no queremos ir pero que, finalmente, no nos queda más remedio que asumir como destino.
Gutiérrez encuentra su contrarréplica en Cristina Castaño, que domina en mayor medida los momentos cómicos aunque no exenta de cinismo en los momentos más lúgubres.
A través de la risa floja, presidida por un humor inteligente, se nos interpela directamente sobre quiénes somos, dónde estamos y dónde queremos llegar. Lo que, en principio, se puede leer como una comedia en cuanto a la forma, paso a paso, se convierte mediante una multitud de matices, por lo que se refiere al fondo, en el drama de su protagonista.
La obra apela a las contradicciones de nuestro yo interior: la levedad y el peso del ser.