Un tema peliagudo, incluso para un domingo por la tarde, que gira alrededor del parricidio de un chaval de la ESO (al que después de esto te pensarías si invitar a tu cumpleaños) donde se expone el dilema sobre la posible responsabilidad que tiene la comunidad educativa sobre la salud mental de los alumnos. Me gustó la puesta en escena (siendo un monólogo sobre algo tan denso, la propuesta escénica le dotó de un dinamismo que le vino muy bien para llevar al público a través del viaje que cuenta el protagonista).
El texto, escrito con muy buen gusto y en ocasiones hasta poético, no era fácil de defender por parte del actor, el cual lo hizo con honestidad. Eran los silencios los que me sacaban un poco del cuadro, ya que las transiciones entre una emoción y otra, incluso las acciones marcadas por el director, en ocasiones se me hacían forzadas y despojadas de una verdad lógica que las justificara.
Y ahora sí, admitiendo que la mía es una opinión muy subjetiva, debo confesar que no empaticé nada con el personaje. Un profesor de secundaria atormentado por su propio pasado que bebe más que los peces en el río y que expone -sin disimulo alguno- que la comunidad educativa podría haber hecho algo para impedir que el parricida se pasara el fin de semana limpiando sangre del parquet (ignoro si buscó algún truco en el TikTok) en lugar de echarse una siesta u hornearse unas madalenas sin glúten.
Se pone en duda la implicación del personal docente, al cual se le acusa de estar más procupado por el plan educativo que por los alumnos en sí y sus inquietudes y problemas. Que sí, que la LOMLOE, la LOMCE, la LOE y su madre cortando margaritas son muchas veces excusas de un gobierno para tirar por tierra lo que ha hecho el otro en lugar de preocuparse por las cosas que hay que cambiar de verdad. PERO, pretender que un profesor que tiene 35 alumnos en la clase, que tiene que cumplir con horarios lectivos y otros para rellenar papeles, hablar con padres, preparar las clases, corregir trabajos, preparar exámenes, etc y que además no estudió ni psicología ni psiquiatría, tenga la capacidad de adivinar lo que pasa en la cabeza de todos los estudiantes es como pedirle al pobre señor que recicla en casa que revierta con sus actos el cambio climático. Me hubiera gustado que en algún momento del texto se cuestionara la parte que los padres, la sociedad o las políticas a nivel de salud mental juegan cuando se produce un hecho tan terrorífico como el que se describe en la obra.
Pues eso, que te invita a reflexionar, que para eso está también el teatro, ¿no? Y ya termino, que se me van a quemar las madalenas sin glúten.