Nacho Aldeguer y una Polaroid. Comienza el juego. Cierras los ojos. Nacho deja de ser Nacho y se convierte en Álex, que narra su historia: la cruda historia del vacío existencial.
Nacho Aldeguer, en un alarde interpretativo controla el tiempo, el silencio y el espacio a través de su monólogo desgarrador. Por su parte, el montaje, aunque austero resulta casi mágico en el que la luz natural juega un papel clave en la narración. Una indudable conexión del alma con el alma y del cuerpo con el cuerpo.
Carlos Tuñón, en su dirección, conforma un trance hipnótico en el que el fondo y la forma casan perfectamente. El texto de Simon Stephens sorprende por su simplicidad, pero que realmente esconde una secundaria trama narrativa que cala como el agua en los huesos.
Inmersión teatral e interpretativa en una historia compuesta por una correlación de hechos concatenados e interrelacionados, contada desde el subconsciente.