Hasta su tumba

Siemprevivas

Siemprevivas
20/01/2020

En Siemprevivas hay ira, rabia, dolor y mucho punk. Hay siglos de mujeres agredidas, mujeres violadas, mujeres muertas, mujeres de Federico García Lorca, mujeres de Henrik Ibsen, desesperación y fuerza desorbitada, pero no es suficiente. Una batería de preguntas surgidas de la propia existencia, una carta y fuegos artificiales con la ‘Lisístrata’ de Gata Cattana abriendo el ritual. La exigencia de un porqué a través de cuatro cuerpos enérgicos (María Nieto, Xana del Mar, Aída Puente y Carlota Somiedo) acallados por el patriarcado.

«Yo no camelo perfumes de Nina Ricci/ soy más de libros de la Silvia Federicci/ será mejor que trates mejor a esas bitches/ no sea que de repente me escuchen y se compinche». El monólogo inicial de Nieto, dramaturga y actriz, es demoledor. Nieto entiende cada palabra, la saborea en directo, la machaca y la escupe sobre el escenario. Después, un golpe, y ya de ahí, para abajo. A partir de aquí, no me inmuto. Ellas gritan, alborotan, bailan, corren y se retuercen por el suelo y yo no me inmuto. Echo la vista atrás. Pienso en Iphi, en La mujer más fea del mundo, en Pocahontas. Pienso en la rabia de María Hervás, en la verdad de Ana Rujas, en el disparo de Bárbara Mestanza. Pienso en todas ellas y en todas nosotras. También en el silencio al salir de la sala y en la denuncia.

Luces, gritos, saltos y coreografías agresivas. Una propuesta provocadora con cierto aliento transgresor y efectista capaz de sorprender al espectador ¿y hasta sobrecogerlo?, pero que se queda en la superficie. La performance arropada por luces y sombras, poesía escénica y verborrea desenfrenada como arma arrojadiza. Una serie de microteatros dispuestos uno detrás de otro, atropellados, pero sin camino por delante y, por supuesto, sin puentes. Por delante, el abismo.

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