La función en los Teatros del Canal no comenzó de forma muy halagüeña: «nos vemos obligados a introducir una pausa en el espectáculo por razones técnicas». Y eso que la función no había comenzado. 10 minutos después, comienza el loop. Es decir, empieza la rueda de la vida. Ahí ya comienzas a preguntarte si esa interrupción no fue fruto del oxímoron que Susanne Kennedy plantea sobre lo que sucede a través de la pantalla, en la vida real y en los estados intermedios de ficción en los que discurrimos.
Lejos de la posmodernidad de los grandes textos grandilocuentes que nos hablan de aquello que no queremos contar o de aquello que ya estamos hartos de repetir, el montaje encarna una crítica (más) a la palabra, la performatividad y los significados vacíos de contenido. Sin embargo, hay algo más tras la puesta en escena que una mujer joven que cuelga reels en Instagram y vídeos en TikTok.
Como un espejo de los móviles que se iban apagando poco a poco a medida que la función comenzaba (o mientras alguien consultaba la hora de salida), Kennedy y Markus Selg nos enfrentan a la cruda realidad de la tecnología. Tal vez más cruda, más directa y más profunda para los nativos digitales, que pueden identificarse con la crueldad de la foto fija e ideal que una misma cuelga en redes sociales para disfrute de otros. Angela, la protagonista de este espectáculo televisivo, se enfrenta a una dura ¿enfermedad? que la aboca al pozo más negro de dolor y de desesperación. En apariencia, sin embargo, todo sigue bien: las voces enlatadas de los personajes no sufren ni se descomponen frente a nada – el espectáculo de las redes y de la vida debe continuar.
A partir de esta premisa, el espectáculo plantea un escenario teñido de un aura telúrica y fosforescente que nos sume en una especie de trance, el mismo por el que pasa Angela en tres fases: negro, blanco y rojo. Terror, iluminación y muerte. La Mujer sueña y sufre a partes iguales, a través de una serie de interacciones monotónas que nos devuelven, una y otra vez, a callejones oscuros y a bosques tupidos que arden. Podremos saber o no qué significa todo esto, pero el mensaje es claro: nadie escapa del espíritu desconcertante de Kennedy que plantea preguntas incomódas y que, a la vez, hace de taxidermista de una generación joven que se ahoga con tanta negrura y tan poca verdad, detrás de toda esa laca y luces estroboscópicas.
