Mujeres vestidas de mujeres

Taxi Girl

Taxi Girl
15/02/2020

La libertad y nada más: tampoco nada menos.

María Velasco a través de sus palabras teje un mensaje, sorprendentemente enrevesado en su planteamiento, sobre la libertad de amar y desear, que gira en torno a la historia de un falso triángulo amoroso compuesto por Henry Miller, Anaïs Nin y June Miller (née Smerth).

La escena se llena a partir del imaginario proveniente de la literatura de Nin y Miller, imprimiendo una sensualidad y sexualidad que sin duda celebro, por impropias del ámbito teatral, en el que se prefiere ocultar en lugar de mostrar. El uso del desnudo justificado en distintos tramos de la obra conduce hacia un ritmo ligero en el que la naturalidad y el brotar de las palabras se produce de forma continua, sin cortes abruptos, generando momentos de tensión cuyo trasfondo resuena en el modo en el que nos relacionamos hoy en día -para nuestra desgracia-.

Uno de los grandes hitos de la obra lo constituye la articulación de todos los dispositivos teatrales al alcance de dirección (Javier Giner) para presentar un relato que imprime un erotismo desbordante, sin quedarse en su superficie vacua.

La escenografía -de Elisa Sanz- que contrapone dos espacios que se discuten entre los tonos gélidos y el barroquismo europeo, creando una insólita sensación de extrañeza y permanencia. La iluminación (Lola Barroso) que brota desde y hacia los espacios creados a través de la estructura de armarios y espejos resulta muy acertada con el fin de generar la consecución de atmósferas en oscuro a lo largo de la progresión de la trama, señalando las emociones vaciadas de los personajes.

Celia Freijeiro cuenta a partir de sus labios y su cuerpo, a través de su magnetismo y elegancia, la historia de las mujeres que decidieron vestirse de mujeres, en consonancia con la sutileza que requiere su figura. Sobre las espaldas de Eva Llorach se sostienen las palabras más complicadas de articular, por tratarse del único personaje prácticamente desconocido, que asume con entereza. Carlos Troya cae en ocasiones en la sobredimensión de la figura de Miller, de la que se despoja enfundándose en unas medias y un traje de noche a través de los que recupera el hálito interpretativo.

La libertad de amar y perder la razón en un impasse, como en un suspiro.

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