Entender esta ola del feminismo pasa por comprender la masculinidad hegemónica y las formas de combatirla. El patriarcado junto con el capitalismo ha arrasado con todo, también con la capacidad de amar de los hombres, convirtiéndolos, en muchas ocasiones, en incapacitados emocionales.
A partir de esta premisa, unas arrolladoras Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez en un texto transgresor y una dirección impecables, plantean qué alternativa les queda a los hombres dentro del feminismo. La obra oscila entre el silencio, el movimiento y los cuidados de forma sutil pero poderosa, revelándose en su potencia más por lo que se calla que por lo que se dice. Incluso en muchos momentos pareciera que estamos en una conversación entre amigos, más que en el seno de la dicotomía espectador-actor separados por la cuarta pared.
Sin duda, tanto la escenografía de Mireia Vila Soriano, la iluminación de Miguel Ruz, el vestuario de Yaiza Pinillos, el sonido de Nacho Bilbao como la coreografía de Amaya Galeote completan esta idea tan bien planteada y dirigida, convirtiéndola en una pieza a muchas velocidades.
Junto a elles, el elenco masculino se revela como todo un descubrimiento. Alberto Jo Lee se mueve poderosamente en un papel titubeante lleno de amor y rabia acumulada. Pablo Gollego Boutou en un tono pizpireto brillante, le aporta a la obra ese punto cómico necesario cuando estamos ante temas tan trascendentes y acuciantes que requieren de una acción inmediata. Juan Paños, con una dicción y movimiento deslumbrantes, demuestra su valentía sobre el escenario tomando la piel del aliado feminista desubicado. Fernando Delgado-Hierro encara con mucha electricidad la postura de impotencia que solo deja tras de sí la autoficción. Y, por último, Baldo Ruiz es belleza, nada menos.
El perdón. La risa por las venas. El corazón en la boca. Andemos juntos.