The Book Of Mormon arrastra más de una década de éxito en Nueva York.
Me costaba pensar que un libreto cuyo punto de partida es una religión del siglo XIX hecha a la medida de los colonos del Oeste de los Estados Unidos de América, se pudiera trasladar y entender bien en estas latitudes. Craso error; al fin y al cabo tampoco son ajenos a nuestra cultura los predicadores, los misioneros y las tablas divinas, las parábolas, los ángeles y las reinterpretaciones de escrituras y relatos a la medida de cada circunstancia
En The Book Of Mormon nos dejamos llevar por la energía contagiosa de un grupo de jovencísimos predicadores mormones («Elders«) en el momento más importante de su vida, su primera misión. Todos ellos son pulcros, obedientes, un poco zangolotinos y de un optimismo que empalaga. Todos menos Elder Cunningham, un patoso entrañable, caótico, camaleón por necesidad, fabulador y experto en crear realidades paralelas.
Y de entre ese grupo de «Elders» la historia se centra en la extraña pareja conformada por un Elder ortodoxo, popular, atractivo (fantástico Jan Buxaderas) y otro patoso, libérrimo y creativo en extremo (desternillante Alejandro Mesa, un genio de la comedia) destinados al mundo real más desheredado y salvaje, lejos de sus sueños infantiles. Su caída, de bruces, en la vida, propicia un baño de realidad tan grosero que solo se puede soportar desde el optimismo, la creatividad y el humor.
El objetivo último de los Elders es bautizar a cuantos nuevos fieles sea posible y nuestro Elder Cunningham va a crear su propio relato para conseguirlo, generando en el camino interpretaciones y situaciones pasmosas de carcajada abierta, aplauso entusiasta y sonrisa permanente.
Usando desde la parodia todos los estándares del género musical, The Book of Mormon es una pieza sólida, hilarante, irreverente, absolutamente incorrecta y genial; una gamberrada ácida y muy seria que convierte esta parodia del género en un referente del mismo.
Si la risa sana, si una carcajada cura, The Book of Mormon y sus Elders sanan, curan y nos prolongan la vida a carcajadas. Qué gustazo de función.
Sobresaliente el trabajo actoral para una apuesta de riesgo adaptada con genio y dirigida por David Serrano
Desde que la vi el viernes pasado, sonrío cada vez que suena un timbre y se me levanta la mano, como un resorte, saludando con efusividad.
Háganse el favor de partirse el pecho de risa con este delirio vibrante y pegadizo de incorrección.