Unos ciudadanos ugandeses normales, de una aldea típica africana, muy escépticos en principio, se abren entusiásticamente a las doctrinas mormonas. Se convierten en unos entregados fieles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días guiados por un blanquísimo misionero dotado de una inagotable fuente de imaginación creadora de todo tipo de falsedades.
Esta historia, magnífica, sorprendente, disparatada, ya nos llevaría por sí misma a contemplar su desarrollo convertido en obra de teatro. Porque yo deseo enterarme de cómo se logra culminar tal locura… E invito a todas aquellas personas que tengan una curiosidad semejante a que acudan a ver cuanto antes “The Book of Mormon”… Allí queda todo muy bien explicado.
La verdad es que ésta es una función fantástica. Estamos ante una historia loquísima narrada de una manera divertida e irreverente (muy irreverente, -¡qué bien!-) y además cantada y bailada por un elenco de mormones y africanos fantástico, soberbio, sin pegas. Desde todos los Elder (título de los misioneros masculinos mormones, equivalente a anciano), hasta la prota ugandesa, Nabulungi y su familia y amigos están impecables, como lo está también la espléndida orquesta, dirigida por el maestro Joan Miquel Pérez.
Destaquemos la labor de Elder Cunningham (Alejandro Mesa), Elder Price (Alex Chavarri) y la impronunciable Nabulungi (Aisha Fai), así como del director de todo esto, David Serrano y del equipo de casting que ha seleccionado un equipo perfecto.
Todo aficionado a los musicales, a la creatividad, a la diversión, a lo descarado, a la crítica inteligente (que también la hay), a los juegos del lenguaje, a lo bien hecho, tienen una cita con esta sorprendente “The Book of Mormon”. Y si algo no llega a gustarles del todo, sigan el consejo ugandés: alcen las manos y digan, canten o griten: “HASA DIGA EEBOWAI”.