Vaya por delante que no me gusta especialmente la magia -me hace sentir un tonto al que engañan a la cara cuando sabía que eso pasaría-, por lo que no conocía a Lucas di Giacomo, leo que mago de gran predicamento en la exclusiva Ibiza y con una trayectoria que le ha llevado a un viaje, journey, por todo el mundo. Y pese a todo, he disfrutado y me he sorprendido sonriendo y siendo partícipe de la ilusión.
El “viaje” vital de Lucas es el hilo conductor de este espectáculo (en eso coincide parcialmente con el Nada es imposible del Mago Pop, con el que comparte leitmotiv, de perseguir los sueños).
Un espectáculo algo breve (menos de 90’) muy recomendable, que arranca varias sonrisas tiernas y más de un “ooohhh”, pese a ver algunos números clásicos que nunca defraudan, y de los que no haremos spoilers. Estropear la sorpresa de la magia no tiene perdón. La propuesta gira alrededor de su figura, sus recuerdos desde el circo en el que creció, a ser el mago de la familia real de Arabia Saudí, sus bonitos recuerdos de París, pese a la dificultad de los primeros pasos…
Di Giacomo combina números de magia de proximidad (cartas, aros…) que pese a lo grande del espacio se salva con monitor gigante, con otros de gran formato, mentalismo y elegante música en directo.
Participación del público en un número inicial que consigue una de las ovaciones de la noche, ritmo algo lento y algún número impresionante.
Lo menos mejor: hubiera sustituido parte de los mensajes positivistas (tienes que luchar para conseguir tus sueños) por más magia.
Lo mejor: las sonrisas y el eterno, pero, ¿cómo lo hace? Y sin recurrir, diría, a efectos especiales sino basarse en la esencia del ilusionismo.
En resumen: espectáculo familiar, que, como mínimo, a los que no somos asiduos a este arte escénico, nos arranca sonrisas, provoca sorpresa y despierta ilusión con magia cercana y clásica.