Son los años 60 y la informática empieza a despuntar. Un hombre barrigudo, nada afable y gritón se esconde en el garaje de la casa que comparte con su madre para realizar experimentos en torno a la teletransportación. Así se presenta el laboratorio escénico desarrollado por Valérie Lesort y Christian Hecq que, además, resulta complejo, excitante y perturbador. Navegas de la risa al horror en pocos minutos y una sensación angustiosa pero hipnótica te inunda poco a poco.
La mosca (La Mouche en su título original, ya que se trata de una producción francesa que podemos seguir en español gracias a los subtítulos) tiene una gama de personajes de amplias y profundas personalidades. Su historia en común puede empezar con tintes de realidad, pero rápidamente se desliga de cualquier parámetro razonable y nos invita a pasarlo pipa a la vez que de miedo en la butaca.
Esta obras tiene una parte bastante indescriptible, pues no es solo que el juego en escena y sus efectos especiales sean brutalmente directos y estén excelentemente creados para tal ocasión, sino que todo lo que va provocando a lo largo de la función hace que el ritmo cardiaco cambie constantemente, que las sorpresas (buenas y malas) aparezcan cuando menos te lo esperas y que las risas más relajadas tomen su espacio como de la nada. Es como montarte en la casa del terror motivada por el buen-mal rato que sabes vas a pasar y decir al salir: repetiría.