Pablo Messiez es un niño grandote, guapo y crecido, que juega con lo absoluto. Se interroga siempre en busca de la identidad y de referencias espacio-temporales. En esta producción se atreve a abarcar algo tan inasible como el tiempo en un concepto de continuum sin fronteras humanas. Un título tan orgulloso y solemne hace prever emociones intensas e interrogaciones de respuesta imposible. Nos acercamos a su nueva propuesta desde la más absoluta de las incógnitas, pero con ganas de dejarnos sorprender por su inmensa capacidad de transmitir pensamientos, sentimientos y personajes. No siempre se conecta bien con su forma de ver y reflejar sus realidades, así que nos invadía una enorme curiosidad. En este caso repite con la compañía Grumelot que tan extraordinario y buen sabor de boca nos dejó con el producto de su última simbiosis: Los Brillantes Empeños y, para acabar de coronar esta pieza distinguida de orfebrería artística rematan con la presencia de María Morales, actriz curtida en distintos medios y géneros que siempre navega con soltura, profesión y sentimiento a través de cualquier montaje. Ella nunca falla, nunca decepciona. Y todo ello bajo el paraguas de dos productoras que saben mucho de éxitos y de tener entre sus manos algunos de los mejores montajes que se han podido ver durante estos últimos años en nuestros escenarios, Buxman Producciones y Kamikaze Producciones.
Con estos antecedentes nos deslizamos a las entrañas del producto más autobiográfico de Messiez, según sus propias palabras, aunque lo que allí descubrimos son jirones, fantasmas, miedos y pesadillas universales tamizados por una mente masculina que se enfrenta al agujero negro de su propia existencia. Un producto con factura cinematográfica que parece la criatura imposible parida de la unión de mentes como Wong Kar Wai, Almodóvar y Lars Von Trier. Aquella zapatería Flores no es sino el propio arquetipo de un cerebro con compartimentos, colores, formas y tamaños perfectamente establecidos e inventariados que de repente sufre una crisis existencial que hace temblar sus propios cimientos. Porque el mismo Flores, dueño del establecimiento, se ahoga en un grito desesperado que no le deja avanzar y no entiende nada porque, sin esperarlo, el tiempo se convierte en miel derretida que no sabe si le va a endulzar, quemar o a provocar ardores estomacales. Como respuesta a sus propios recuerdos freudianamente olvidados, empiezan a desfilar por su zapatería toda una galería de personajes pertenecientes a su familia que se le presentan sin orden ni concierto pero con un halo de realidad que dinamita sus propias creencias. El único asidero a su propia estabilidad es su fiel Nené, siempre clara y concisa, siempre lineal, siempre presente. Y cuando cree que tiene todas las respuestas, cuando sospecha cuál es el camino que debe seguir al amparo de tantas voces que le gritan desde su propia desesperación, entonces, su universo rompe aguas y se encuentra solo, desamparado y perdido con una angustiosa pregunta que acaba por reventar toda cordura: ¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy?…. Continuar leyendo en Tragycom