La vida misma sobre el escenario. El teatro como parte de una familia. El circo como alimento, refugio y sostén. No es fácil escribir sobre una obra que cuenta la historia de los Pla Solina, con 4 miembros en escena asistidos por la magia, el talento y el trabajo que les ha unido a lo largo de los años.
Travy tiene una belleza que deslumbra, pero además, cuenta con un dulce y sorprendente tortazo de una tarta en la cara y una inmensa generosidad para compartir con el público tanto aquello que pertenece a la esfera íntima de una prole, como aquello que se viste de brillantina cuando se abre el telón y se convierten en divertidos payasos y juglares.
El texto de Pau Matas Nogué y Oriol Pla Solina y la dirección de este último se funden en un tótem que logra conjugar esta pieza como una de mis favoritas esta temporada. No hay trucos, no hay casi espectacularidad, no hay ni un mínimo deseo de querer gustar a todos. Hay una ventana abierta a la ternura, a los abrazos, a los enfados, a las caídas y a una terrible y natural consciencia de la muerte como trazo indiscutible de nuestro presente. Me rindo a este montaje que me hace llorar en la butaca y asomarme por una mirilla a contemplar a esta familia que no volverá a repetirse más.