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Desgarradoramente hermosa

Un millón de cadáveres

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Un millón de cadáveres → La Escalera de Jacob
17/10/2025 - La Escalera de Jacob

No puedo decir que fuera engañado. El título ya era bastante revelador, y estaba mentalizado para encontrarme con lo que me encontré. Pero no preparado, lo que presencié superó con mucho mis expectativas. El carrusel decorado con figuras del Guernica de Picasso y la pantalla mostrando unas imágenes que podrían pertenecer perfectamente a una película de Buñuel ya crearon un ambiente de dolor punzante y silencioso que duraría toda la representación. La escenografía y la puesta en escena fueron una prueba irrefutable del gran trabajo del director, también autor de un texto que no puede dejar indiferente a nadie. Si a todo ello le unimos la magistral y emotiva interpretación de los actores nos encontramos sin duda ante uno de los mejores espectáculos teatrales que se pueden visionar hoy en día en la cartelera madrileña. Sin querer hacer de menos a La escalera de Jacob, un referente ineludible de la escena independiente desde hace ya veinte años, a la que tanto le deben muchas pequeñas compañías, dramaturgos y espectadores, creo que sus salas se quedan pequeñas para una obra que en mi humilde opinión roza la excelencia.

Historias de la guerra, sin escenas de guerra. Sin campos de batalla, pero con muertos. Demasiados muertos. A manos del odio, de la intolerancia, del fanatismo, de la ignorancia, incluso de las equivocaciones. Únicamente por amar, por pensar, por vivir, por ayudar. Historias de sobra conocidas aunque hayan querido enterrarlas bajo ese manto de olvido que siempre tejen los vencedores. Héroes anónimos que por fin salen a la luz, recuperando el lugar que se merecen, y asesinos conocidos que ya no pueden defender su memoria tras el muro construido por el poder para limpiar conciencias y falsear hechos. De eso va la obra, de poner a cada uno en su lugar, fragmentada en diferentes episodios a cual más elocuente y doloroso, con mayor o menor impacto, pero todos necesarios.

Rabia contenida. Me duele decirlo. Pero esa es la sensación que anidaba en mi interior cuando salí del teatro. No creo que esa fuera la intención, ni siquiera, a pesar de que las posturas eran muy claras, tuve la sensación de que el propósito fuera adoctrinar a los presentes. Fue un sentimiento momentáneo, propio, que ni pude ni quise reprimir. Duró sólo unos instantes. Al momento entendí que la obra es en realidad un homenaje. Un homenaje que me alegro de haber presenciado, porqué me tocó un poco el alma, y al final, a eso es a lo que debería aspirar el arte.

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