1959. En una antigua pizarra de escuela leemos una frase escrita con tiza: «Toda historia comienza con una luz tímida». La historia de Isabel y Carmen también. Es una luz tímida que se abre paso para arrasar con lo gris y la soledad. Sin dificultad, con naturalidad, esa historia de dos maestras que se enamoran, en un tiempo que no acompaña, empieza a calar en el público ayudada por la magnífica interpretación de Àfrica Alonso y Júlia Jové, con música y voces en directo que cuentan y cantan su historia de amor.
Pero esa luz tímida, pronto se convierte en fogonazo… un fogonazo de esos que deslumbran, impresionan, noquean y después… llega la explosión para removerte por dentro y por fuera.
Una luz tímida es una historia de amor tierna, delicada, sensible, inocente pero culpable por el tiempo que le tocó vivir. Y, sí, «todas las historias nos recuerdan que nuestro pasado existe»… un pasado que no siempre está a la altura, que provoca sufrimiento y que nos avergüenza. Un pasado que dibuja cicatrices imborrables. La historia de Isabel y Carmen es una de esas cicatrices que nos deja la memoria histórica del amor.
Una obra conmovedora, dulce y bella, muy bella. Insisto en la excelente interpretación de las protagonistas, la música en directo de guitarra y chelo y las voces de África y Julia que hacen de La luz tímida una canción de amor infinita. Isabel y Carmen se merecían ver al público en pie con su historia… una historia de amor que sí ha estado la altura y que marcará, como una bella cicatriz, a sus espectadores para siempre.