El aterrizaje de West Side Story (cuesta escribir estas palabras en el ordenador, por humildad …) en Madrid es, en sí misma, una auténtica celebración. La música vibrante de Leonard Bernstein te transporta. Escuchada, tarareada o silbada, cada canción forma ya parte de nuestras vidas. «América», «Tonight» … Sólo había que ver cómo cantaban muchos espectadores enfilando los pasadizos una vez terminada la función. La acertada traducción de las letras de Stephen Sondheim, permite seguir cómodamente una trama construida hace más de medio siglo pero perfectamente vigente, de alguna forma, por la pervivencia de conflictos por razón de origen en nuestra sociedad. Además, la producción se ofrece de forma íntegra, respetando los números y diálogos originales de Arthur Laurents, y se regalan casi tres horas de auténtico placer.
Los 32 actores y actrices y los 14 músicos interpretan las escenas cuidadosamente, con virtuosidad, demostrando el exigente trabajo escénico y la preparación que hay detrás de un espectáculo tan complejo. Las danzas y coreografías tienen una intensidad dramática que deja al espectador con la boca abierta. Los protagonistas, Talía del Val en el papel de María y Javier Ariano en el de Tony, trasladan la lucha de clanes que vivieron Julieta y Romeo en las calles del West Side de Nueva York de una forma magistral. La potencia y la expresión de su voz se modula entre la versión canalla de Jets y Sharks, los grupos enfrentados, y la delicadeza del amor romántico. Un trabajo de orfebre. Un resultado impresionante.
Y por impresionante, la escenografía. Los cambios, las perspectivas, la iluminación … hay que verlo y, aún más, vivirlo.
Por suerte, las cosas han cambiado entre hombres y mujeres, y tienen que cambiar mucho más aún. La violencia y la sumisión, temas constantes en el argumento, no se ven ahora con los mismos ojos. Otras cosas también deberían cambiar.