Cómo me gustaría desaparecer a veces, coger mis bártulos y marcharme con aire fresco. Largarme, pirarme, esfumarme. Y si, como yo, más de una vez se te ha pasado esta idea por la cabeza, tienes que ir a ver esta obra.
Vas a encontrar una pieza contemporánea, con la que te sentirás identificado/a, salpicada de personajes muy reales y de situaciones cotidianas repletas de reflexiones para una buena sobremesa.
Me encantan los distintos enfoques que explora sobre la partida del protagonista y las reacciones que su decisión provoca en las personas con las que mantiene algún tipo de vínculo: su hermana, su jefa, su amante… Me flipó cada escena.
La verdad que el punto desde el que parte no puede ser más dramático: que una persona como el protagonista, con un trabajo “bien” y una vida “bien” quiera mandar todo al carajo y empezar de cero dice mucho de nuestra sociedad. Al prota no le va especialmente mal. Pero tampoco bien. Y se planta en los 40 y se da cuenta de que esperaba mucho más de la vida. ¿Te suena? ¿Tú qué harías?
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Te gustará:
Si eres fan de las obras que te hacen pensar, cercanas y directas. La sala es, además, un bombón a dos pasos de Lavapiés. Merece la pena la experiencia.
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Me gustó mucho:
1- La puesta en escena minimalista y que juega con tu imaginación.
2- La versatilidad de la actriz Elisa Berriozabal, quien defiende escenas muy contrapuestas y bien interpretadas.
3- El carisma de Teresa Mencía, con un personaje dramático al que dota de humor y que fue el que más me hizo reflexionar. Por cierto, ¡tiene una voz deliciosa!
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Me horrorizó:
La peluca que usa el personaje de la madre. Reconozco que tengo un toc perfeccionista. ¡Y esa peluca me sacaba de quicio!