Si a un montaje visualmente espectacular le añades un elenco con un talento increíble, una puesta en escena deslumbrante, una historia interesante y conmovedora, y una banda sonora con canciones pegadizas que se quedan grabadas en la cabeza, sin duda vas a lograr cosechar uno de los éxitos de la temporada. Todo se junta en Wicked para que así suceda, un musical, otro más, que ha llegado de Broadway, como casi todos, para asentarse en la cartelera teatral madrileña. Y si no me equivoco, espero no gafarlo, para quedarse durante varios años. No voy a decir que vaya a ser otro Rey León, pero de que va a triunfar estoy seguro.
Sorprendido. Creo que ese es el término que mejor define la sensación con la que salí ayer del teatro Nuevo Alcalá. Habría que añadirle un «gratamente», y si nos ponemos exquisitos también un «muy», delante. Lo cual no deja de ser bastante llamativo, ya que ni de lejos el musical es mi género favorito. Pero es que aparte de las cuestiones técnicas, estéticas y artísticas, la historia que cuenta me parece que es mucho más interesante y profunda de lo que habitualmente uno se encuentra no ya en este tipo de espectáculos, sino en la gran mayoría de las obras que aparecen en la cartelera teatral madrileña. Muchos temas se tocan, algunos directamente, otros de pasada, y muchas son las referencias que un cinéfilo, con ciertas ínfulas no exentas de pedantería, ha encontrado en algunas de las escenas. Imposible no acordarse de Gene Kelly llegando a Broadway para marcarse un baile con Cyd Charisse en Cantando bajo la lluvia, al ver a Elphaba y Glinda, las protagonistas, llegar ilusionadas al palacio del Mago de Oz. No diré más por no hacer spoiler, pero si nos ponemos un poco rebuscones podemos encontrar alusiones a My fair Lady, a Chicas malas, a Shrek e incluso a La lista de Schindler. Así de compleja es su temática en ocasiones.
El acoso, el racismo, la xenofobia, el miedo a lo diferente, y sobre todo la manipulación de los que mandan a la hora de convencernos de lo que es éticamente bueno o malo. Tratar de terroristas a los que se enfrentan al poder establecido, a los que tratan de defender la libertad que tantos siglos ha costado conseguir y que ahora, con el beneplácito de todos, poco a poco nos están quitando a cambio de, a base de demagogia bien estudiada, las cañitas del domingo a mediodía, el fútbol de los sábados por la tarde, y las series con mensaje subliminar alienante de todos los días. Si miras bien y estás atento, todas estas cuestiones las vas a entrever, algunas descarada, otras sutilmente, en la obra. Y no deja de ser extraordinario, pues los musicales, ahora veo que estaba equivocado, siempre he creído que sólo tenían una función, entretener a los espectadores. Éste lo hace, mucho y muy bien, pero además, si abres un poco la mente, te hace pensar. Eso sí, el final «Made in Disney» era inevitable.