He de reconocer que antes de asistir al musical no conocía nada de él, solo vagamente que estaba relacionado con el Mago de Oz, pero el musical Wicked es una experiencia teatral absolutamente imperdible, una obra que brilla en cada aspecto y que deja una huella profunda en el corazón del espectador. Desde el primer momento, la puesta en escena deslumbra con una escenografía majestuosa y transformadora, que logra transportar al público al mágico mundo de Oz con una precisión visual impecable. Cada transición entre escenas se realiza con una fluidez coreográfica fascinante, en la que los efectos especiales tienen un papel protagónico: vuelos en el aire, luces que hipnotizan y cambios de escenografía que parecen obra de magia real.
Las protagonistas, Elphaba y Glinda, son interpretadas por voces prodigiosas que no solo cumplen con los exigentes retos vocales de la partitura, sino que los superan con una fuerza emocional que conmueve profundamente. La interpretación de “Defying Gravity” es uno de los puntos culminantes del musical, tanto por su potencia vocal como por la espectacularidad del montaje visual que la acompaña. Cada nota parece cargada de intención y significado, provocando ovaciones merecidas.
El resto del elenco también brilla con luz propia. Cada personaje, por más pequeño que sea, está interpretado con una entrega total, logrando un ensamble perfecto que equilibra el humor, el drama y la fantasía. La química entre los actores es palpable y aporta una naturalidad que permite que la historia fluya con autenticidad.
En conjunto, Wicked no es solo un musical, sino una celebración del teatro en su máxima expresión. Con una producción impecable, actuaciones memorables y efectos técnicos que quitan el aliento, esta obra logra combinar espectáculo, corazón y mensaje de una forma que pocos musicales han alcanzado. Una experiencia mágica, poderosa y profundamente conmovedora que no se puede dejar pasar porque si llegas de 0 como yo, te irás con el corazón lleno.