La música como salvavidas

Yo soy el que soy

Yo soy el que soy
27/01/2021

Si hay algo que puede salvarnos de la oscuridad -y de eso sabemos bastante en estos tiempos- es la cultura. Y, en concreto, la música.

Fue precisamente la música lo que salvó a Aaron Lee, el protagonista de Yo soy el que soy, la última obra que acoge el Teatro Kamikaze antes de su despedida definitiva. Un espectáculo que es a la vez un canto a la supervivencia, a la libertad, una oda a la superación personal y una catarsis que, como un tsunami, arrastra a los espectadores por la vida de este virtuoso del violín.

Con una puesta en escena muy sencilla -un piano, un violín y una voz- Yo soy el que soy nos invita a acompañar a Aaron a lo largo de su vida: una historia desgarradora y traumática por el simple hecho de ser homosexual. Un secreto que provocó el desprecio y la vergüenza en sus padres, de origen surcoreano y con una vida tradicional y religiosa. Al descubrirlo, su padre lo maltrató, lo denigró y lo secuestró en una isla de Corea, de la que pudo fugarse y regresar a su Madrid natal, la ciudad en la que esperaba encontrar la libertad de la que sus padres querían alejarlo.

A pesar de un padre director de orquesta y de una madre pianista, Aaron se aferró a la música como si fuera su Dios particular y gracias a ella pudo sacar una fuerza descomunal para soportar lo que la vida le tenía reservado.

Sobre el escenario, esa vida está narrada de forma magistral por Verónica Ronda, actriz y cantante, cuya interpretación es un auténtico desgarro. Cambia de registro en segundos, se mete en la piel de Aaron y ambos -violinista y actriz- se funden en uno. Y es justo ahí, desde el minuto uno, cuando surge la magia, a pesar del sufrimiento, del llanto y del dolor. Porque hasta en los momentos más oscuros la belleza sabe cómo brotar y por dónde hacerlo.

Al piano les acompaña Gaby Goldman, el tercer componente que hace que todo cobre aún más sentido.

Y sí, cuando el final de una obra consigue que el aplauso en el patio de butacas se prolongue durante más de cinco minutos seguidos es que algo bueno -muy bueno- acaba de ocurrir sobre el escenario.

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