La compañía Nao d’amores, capitaneada por la segoviana Ana Zamora, regresa a la Compañía Nacional de Teatro Clásico y lo hace por partida doble. El Teatro de la Comedia acoge el estreno de El castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca, y recupera en una oportunidad única, Misterio del Cristo de los Gascones, el espectáculo más importante y rompedor de su producción escénica. Los montajes podrán verse del 25 de enero hasta el 10 de marzo y del 26 al 31 de marzo, respectivamente.
Desde Teatro Madrid hemos hablado con la ganadora del Premio Nacional de Teatro 2023 sobre los clásicos y más de dos décadas dedicadas a la creación escénica.
¿Cómo llegas a El castillo de Lindabridis, de Calderón, y surge la idea de crear un espectáculo?
Ana Zamora: El espectáculo es una coproducción entre Nao d’amores y la Compañía Nacional de Teatro Clásico de uno de los textos menos conocidos de Calderón, aunque no desconocido. Es cierto que no es un espectáculo que figura entre los grandes textos clásicos de su producción, quizás, porque el teatro cortesano nunca ha sido un teatro de gran recuperación. El texto es una joya absoluta, una gran comedia caballeresca, muy divertida, pero construida sobre el mejor armazón de las comedias de enredo, y todo dentro de este ambiente de teatro cortesano, festivo, de gran juego escénico. Esto a mí me daba la posibilidad de ahondar en varias cosas que han sido mi especialidad, pero obligándome a entrar en otros territorios.
Por otro lado, no nos olvidemos de que este texto de Calderón se edita en 1691, pero se debió de representar en torno a 1661; es una obra de madurez de Calderón, de final de trayectoria, pero está inspirada en una novela de caballerías de 1555, Espejo de príncipes y caballeros, de Diego Ortúñez de Calahorra, del puro Renacimiento. Y como toda buena novela de caballerías remite a un tiempo medieval anterior. En el fondo, Calderón está viendo a través de su presente el Medievo y el Renacimiento. Esto es lo que lleva haciendo Nao d’amores desde hace 20 años: ver el Renacimiento y el Medievo desde el presente. Dar este salto y trabajar con este texto de Calderón nos permite hacer una parada más en el camino o añadir una óptica en esa revisión desde el presente hacia el Prebarroco, pero con la mirada de Calderón en el Barroco. Me parecía un trabajo apasionante y una oportunidad de rescatar un gran título y mostrar en el ámbito de la Nacional otra cara de Calderón diferente a la que solemos ver.
La obra genera un juego palaciego de aires carnavalescos donde el Barroco se descubre a sí mismo a través de un Medievo soñado por el Renacimiento. ¿Cómo se mantiene hoy esa esencia que quiso transmitir Calderón?
A.Z.: Creo que, evidentemente, cuando uno hace teatro clásico tiene que se coherente con aquello que está en los textos. Hay gente que sí prefiere la destrucción y reconstrucción de los textos clásicos. A mí siempre me ha gustado trabajar sobre aquello que emana de los propios textos y ese es nuestro recorrido. Creo que muchas veces nos empeñamos en que los autores clásicos digan con nuestras propias palabras lo que queremos oír. Creo que el trabajo que tenemos que hacer con los clásicos es el contrario: arremangarnos, intentar entenderlos en su contexto, y una vez ahí encontraremos cosas que valen para el nuestro. Pero no intentar manipularlos para que digan aquello que no pueden decir, porque aquellos señores son del siglo XVII y nosotros somos del siglo XXI.
«Muchas veces nos empeñamos en que los autores clásicos digan con nuestras propias palabras lo que queremos oír»
En ese sentido, creo que Calderón sí dice cosas, como todo el buen teatro clásico que nos hace descubrirnos a nosotros mismos y vernos reflejados en muchas cosas. El mismo personaje de Lindabridis, y fíjate que se ha hablado de la misoginia de Calderón, tiene una perspectiva moderna. Si en la novela original surge como una doncella medieval metida dentro de un encantamiento, Calderón la está transformando en una especie de gran doncella guerrera en relación al mundo de la épica, de los romances, de todo un mundo, que termina generando esos personajes femeninos que han tenido muchísima importancia en el teatro del Siglo de Oro.
La música es imprescindible en todos vuestros espectáculos. ¿A qué suena esta comedia novelesco-caballeresca?
A.Z: Esta obra suena diferente no solamente en música, sino también en palabra. Todo lo que se ha visto de clásico de Nao d’amores es de finales del siglo XVI; aquí estamos a finales del XVII, con lo cual ya el tipo de verso calderoniano, el tipo de estrofa y de composición, suena diferente. Son seres que hablan y piensan de forma distinta, y el mundo musical, evidentemente, tiene que acompañar esa perspectiva y formar parte de una acción que se sustenta en otro mundo sonoro, un mundo absolutamente barroco.
Por otro lado, es el primer espectáculo que hacemos tras la muerte de Alicia Lázaro, que ha sido nuestra directora musical en los últimos 20 años. Los responsables de la música ahora son María Alejandra Saturno y Miguel Ángel López, que son muy cercanos a Alicia, por lo que hay una manera de hacer que se va a reconocer, pero evidentemente es una nueva etapa y, por tanto, hay otros colores y maneras de entender. Uno tiene que aceptar la vida y la muerte como vienen y seguir transitando este mundo de la creación teatral en función de lo que es en cada momento. Nosotros ahora mismo somos nosotros sin Alicia y con nueva gente.
Sí, sin duda la entrada de nuevas personas es algo muy enriquecedor no solo para vosotros como compañía, sino también para esos profesionales nuevos que llegan con la ilusión de trabajar y formar parte del espectáculo de una compañía con una gran trayectoria y prestigio.
A.Z: Sí, en este espectáculo contamos con una gran cantera actoral de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico; actores que trabajan por primera vez con nosotros y eso da una energía diferente, una forma distinta de hacer y es una renovación que, a mí, de vez en cuando, me viene muy bien y hace mucha falta. Nosotros somos un equipo artístico estable donde el núcleo duro lleva trabajando desde hace más de 20 años. Hace falta muchas veces ese espíritu e ilusión de gente que viene por primera vez, para relanzar con más fuerza estas ideas que vamos generando a lo largo del proceso de documentación y organización de la puesta en escena.
Además, no se puede separar el resultado final del espectáculo de todo el proceso de preparación del montaje. Nosotros estamos ahora conviviendo juntos en Segovia, con lo cual, de alguna manera, aunque nos conocemos desde hace poco, somos una auténtica familia, y todo esto que se genera en esta intimidad se tiene que poder proyectar como materia artística sobre las tablas.
El montaje de Misterio del Cristo de los Gascones es, sin duda, vuestro espectáculo más emblemático. ¿Cómo ha vivido la compañía el viaje de este montaje que se estrenó en 2007?
A.Z: Es un espectáculo que, sin duda, sigue siendo el más emblemático, el más al margen de fechas, de tiempos y hasta de personas. Es muy dificl hacer un buen espectáculo, mucho más difícil hacer un espectáculo redondo, y hay veces que uno ni siquiera es consciente de cómo ha llegado a hacer algo. Lo hemos hecho con toda la vocación del mundo, con una necesidad enorme de probar cosas tanto en forma como con un contenido muy sólido y vivencial. Y de repente los hados se cruzaron de manera que salió algo sorpresivo que tocaba y que sigue tocando los resortes emocionales de toda una sociedad, que ha vivido al margen, de alguna manera, de la naturaleza religiosa del teatro.
Por eso, este montaje ha sido un súper éxito y sabes que va a funcionar vaya donde vaya. Sigue tocando cosas que están dormidas, están aletargadas en el público actual, pero que de repente se vuelven a despertar generando unas emociones que no tienen que ver con la propia creencia religiosa, sino con nuestra propia identidad espiritual como ciudadanos occidentales.
Es un espectáculo que yo hice cuando me fui de trabajar en las grandes instituciones teatrales. Había trabajado en La Abadía y en el Clásico y me dije: «si quieres de verdad buscar vías propias y canales de expresión que tengan que ver con lo que nosotros creemos, hay que investigar de otra manera, hay que retirarse». Y este espectáculo se ensayó en el salón de mi casa. Luego ya empezó toda esta recepción maravillosa por parte del público. Estaba hecho con mucho riesgo y también con mucha valentía. Hoy no sé si sería capaz de enfrentarme de esa manera tan libre, tan fresca y tan comprometida, por otra parte, con todo el peso de la experiencia que uno lleva a la espalda. Se gana en cosas, pero también se pierde en frescura, y uno tiene más miedo a enfrentarse a cosas no convencionales como era ese espectáculo que partía de una imagen de una talla románica y no de un texto escrito.
Acabas de recibir el Premio Nacional de Teatro a toda una vida dedicada a las artes escénicas y, en concreto, a un teatro prebarroco y renacentista que hoy es más conocido, en grandísima parte, gracias a vuestro trabajo. Un reconocimiento como este, ¿te impulsa a continuar creando con más fuerza e ilusión?
A.Z: Sí, es importante y claro que es una alegría enorme y un empuje. Este oficio, no me gusta decir que es durísimo porque todos los trabajos lo son. Y hay trabajos mucho más duros; picar en una mina es mucho más duro que hacer teatro. Por ello, no me gusta ponerme en esa tesitura. Pero es cierto que cuando uno lleva muchos años luchando contra viento y marea, y en una línea de coherencia casi obsesiva, que llegue un reconocimiento de este tipo le hace ser consciente o recordar que es importante lo que está haciendo, y que merecía la pena el esfuerzo. A mí lo que más ilusión me ha hecho de este premio, si te soy sincera, es que es el premio; es el premio nacional. Lleva mi nombre, pero no mi nombre como directora freelance, sino por mi labor como directora de Nao d’amores. Es un premio a un trabajo de equipo, de gente súper entregada, que ha estado a las duras y a las maduras y sigue estando. No es fácil crear como nosotros estamos creando y estando dispuestos a darlo todo por un proyecto teatral.
«Es muy importante pensar en de dónde vienen, cómo se hacen los montajes, y que la forma de crear es también una declaración de principios»
También, aparte de pensar en el resultado artístico de lo que se ve sobre las tablas, es muy importante pensar en de dónde vienen, cómo se hacen los montajes, y que la forma de crear es también una declaración de principios. Una defensa de que el teatro es un acto comunitario que se hace para la gente y para estar con la gente también. Y bueno en este país se ha perdido, en gran parte, esta idea de compañía como equipo artístico estable. Es cierto que hay gente que lo ha mantenido con mucha lucha y sigue habiendo algunas. Pero sí parece que la gente que está en las escuelas sale ya entrenada para ser freelances. Al final hay una parte de búsqueda de qué es lo que quiere hacer cada uno y cómo quiere hacerlo, y tiene que ver con la generación de los proyectos propios y descubrir cuál es el teatro que quieres hacer, profundizar y desarrollarlo.
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