¿Cuántos reyes Lear y cuántas Cordelias habrá solo en la Comunidad de Madrid? ¿Cuántos padres exigirán a sus hijos ir en contra de quienes realmente son porque consideran que deben ir «por el camino correcto»? ¿Y cuántos de ellos confundirán la desobediencia con la falta de amor por parte de sus descendientes?
La directora, autora y actriz Andrea Jiménez pone el foco en el clásico de William Shakespeare, El rey Lear, para reflexionar sobre la figura paterna, sobre el amor y el perdón. Una versión-simulacro que lleva el nombre de Casting Lear y de la que se podrá ser testigo de nuevo en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares el 27 de septiembre y en el Teatro de la Abadía del 19 de diciembre al 5 de enero y la venta de entradas ya está disponible.
Así como el mítico rey le pidió a cada una de sus hijas que le profesaran su amor como en una especie de casting, ahora es su hija Cordelia, interpretada por Andrea Jiménez, la que prueba en cada función a un rey Lear diferente con el fin de encontrar respuestas. Y, de la misma manera que un padre no sabe cómo va a ser su hija cuando crezca, los intérpretes se subirán a escena sin haber realizado ni un solo ensayo.
En TeatroMadrid conversamos con Andrea Jiménez sobre el origen de esta catártica pieza, sobre la figura paterna y también sobre la influencia de nuestros padres universales.
¿Cada función es una pieza distinta o es precisamente la unión de todas las funciones la obra final?
El viaje emocional es el mismo siempre, en cada función. Tiene variaciones posibles pero el montaje es un dispositivo de alta ingeniería de dirección. Es una dramaturgia muy bien montada para que al actor le sucedan cosas en momentos clave.
Y los actores invitados no saben qué va a ocurrir, ¿verdad?
No saben nada. Pero sí he hablado con ellos por teléfono y les he contado que van a hacer el viaje de Lear, que la obra funciona con un pinganillo desde el que van a recibir el texto por parte de Juan Paños —que es el apuntador en escena— y que tendrán también mis indicaciones como directora en la misma función.
Andrea Jiménez: «Dirigir a un actor es un acto de amor»
¿Por qué el paralelismo con la obra de William Shakespeare ‘El rey Lear’?
Desde hace años soy consciente de que mi historia y la de Cordelia son muy parecidas. ¿Un padre que repudia a su hija y después lo pierde todo? Esto me suena mucho. Cuando Juan Mayorga me llamó para que propusiera algo, me pareció que el Teatro de la Abadía era el lugar perfecto para traer un clásico con una autoficción.
Para la preparación de esta obra me he obsesionado con ‘El rey Lear’, me he leído todas las versiones —y hasta en diferentes idiomas—, he buscado montajes, incluso he visto películas… Nunca había ahondado tanto en un texto ni soy una directora que hubiera trabajado con textos clásicos y, de repente, fui absorbida por Lear. Cuanto más lo leía más me veía a mí en la historia y a mi padre. Sentía que me interpelaba de forma real y que la obra contenía un misterio que yo tenía que desvelar.
También empecé a entender el porqué de Shakespeare. Yo soy bastante rebelde: «a mí no me cuenten cosas, señores, por favor. Basta con la institución del genio».
En la pieza interpretas la figura de Cordelia pero también diriges.
Sí, he ido haciendo caminos de ida y vuelta y ha sido un proceso complejo entender quién es el «yo» que habla: si es Cordelia, si es la Andrea hija o es la Andrea directora. La voz que al final lo ha ordenado todo es la de la Andrea directora, ya que representa mi madurez. En mi identidad como directora he encontrado un lugar en el que existo de una manera que me gusta.
Es como si una parte de ti hubiera podido salir de tu historia personal para verlo todo desde fuera.
Sí. Y además la función de la directora, principalmente, es cuidar. Para mí, dirigir a un actor es un acto de amor. Y dirigir a un hombre mayor, que es además un actor conocido en cada función, hace que sea algo muy subversivo para mí. Es cambiar el rol ya que quien dirige tiene cierto poder, ellos se ponen en mis manos. Claro, ¡no puedo ubicarme en una relación de víctima con un actor que viene a que le dirija!
El hecho de dirigir a un rey Lear ha sido un proceso de sanación para esta Cordelia directora, que es obligada a cuidarlo.
¿Has logrado ver a la figura de el rey Lear de forma distinta a cómo la percibías al sentirte más identificada con Cordelia?
Sí. Esta obra no ha sido simplemente escribir algo que ha pasado, sino una transformación en directo de mi relación con mi padre, de mi relación con los hombres y de mi relación conmigo misma. ¿Busco el perdón de mi padre? ¿Le estoy perdonando yo? ¿Es esto una reconciliación? ¿O es una renovación de votos conmigo misma?
Mi padre me repudió por elegir dedicarme al teatro. Me dejó de hablar. Y todo esto es la ironía de buscar la pregunta del perdón, precisamente, en el teatro. Curiosamente, lo que me alejó de él es ahora lo que me acerca.
¿Es posible sanar un conflicto únicamente con la imaginación?
Esa era mi primera tesis, tener en la ficción la conversación que no pude tener en la realidad, pero es fascinante porque luego todo siempre es más complejo. Parecía que si yo me reconciliaba en la ficción luego eso sanaría, y de alguna manera pasa, pero es más complejo porque parte de esa reconciliación es también frustrante porque sabes que es ficticia. Lo que realmente sana es ir al fondo de una pregunta y encontrarse con otro para intentar poner en palabras lo indecible.
¿Por qué esa necesidad de obtener la aprobación de nuestros padres?
Oscilas entre la rebeldía de querer hacer tu vida pero luego vuelves queriendo recibir la bendición —como se diría en lenguaje Shakesperiano—. Muchas veces además es incluso inconsciente, yo he estado en la rebeldía pero en el fondo existía esa búsqueda imposible de la bendición. Eso es lo que dicen los psicoanalistas que es «matar al padre»: dejar de esperar esa aprobación. Pero para dejar de esperarla no puedes ignorar que la buscas, sino entender que eres tan tonta, tan pequeña y tan niña todavía que la sigues buscando.
Cordelia empieza como hija pero luego vuelve como Reina de Francia, liderando las tropas del ejército francés. Pasa de niña a mujer y yo siento que estoy en ese tránsito.
Para poder realizar ese crecimiento es necesario poner en duda las enseñanzas o comportamientos de nuestros progenitores. ¿Es posible conocerse a una misma sin marcar esa diferencia?
Creo que no. Y además pasa también con los padres del teatro o los padres profesionales. En mi caso, como creadora, también he renegado de mis padres del teatro. Me han dado igual Shakespeare, Lorca, Chekhov… Yo decía: «¡voy a hacer lo mío!», pensando que lo mío venía de la nada. Lear dice: «de la nada no sale nada» y es cierto, lo que haces nunca sale de la nada, siempre viene de algún sitio: de tu padre, de Jacques Lecoq, de William Shakespeare, de Valle-Inclán… El cambio ocurre cuando miras a tus padres a la cara, no desde abajo o desde un falso arriba.
¿Mirar a la cara a William Shakespeare ha provocado en ti un cambio también como creadora?
Creo que sí. He podido darme el lujo de admirar a Shakespeare —o a su colectivo o a su compañía— y eso es para mí enorme. Me he permitido dialogar con él, encontrarme con él.
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