«Venimos a arrojar luz, no a acusar a nadie», asevera el dramaturgo y director José Troncoso sobre la obra La noria invisible, que estrena en el Teatro Español el 8 de septiembre y se podrá disfrutar hasta el 9 de octubre. Sin embargo, no puede dejar de «dar las gracias a todos los idiotas que nos hicieron la vida imposible porque si no, no estaríamos aquí». Se refiere a aquellos cuya mirada fue hostil cuando tan solo tenía 15 años, cuando a pesar de ganar todos los premios literarios no dejaba de sentirse excluido en ese microcosmos que es el colegio. Todavía hoy considera que «el peor momento de la vida es la adolescencia».
«El pudor que estoy sintiendo estos días es indescriptible. Soy yo».
Junto a las actrices Belén Ponce de León (Juana «la gafas») y Olga Rodríguez (Raquel «la tetas»), José Troncoso y su compañía La Estampida ponen el foco desde la comedia —como ya hicieran en Las princesas del Pacífico— sobre los personajes que quedan en los márgenes, cuyas vidas parece que no merecen ser contadas. «El espectáculo es tan lo que somos nosotros que, pase lo que pase, estará bien», asegura frente a la mirada cómplice de sus compañeras. Tan es así, que reconoce que «el pudor que está sintiendo estos días es indescriptible. Soy yo».
Olga Rodríguez se emociona cuando echa la vista atrás. «Me estuvieron llamando gorda… ni me acuerdo. Menos mal que no existían las redes sociales todavía porque hubiera sido horrible. Y aun así estuve con desórdenes alimenticios. Me miraba y me decía: ¿por qué? Si a mí me gusta como estoy. ¿Cómo tengo que ser? ¿Como quién tengo que ser? Fue muy difícil. Ese apelativo, hasta que no me fui de ese colegio, me siguió».
«Tenemos muchas ganas de que vengan los idiotas»
Por su parte, Belén Ponce de León reconoce que se sienten «tremendamente frágiles. Yo personalmente recibí mucho bullying de los 13 a los 18 años. Antes no había una palabra para eso. Tenía una nariz enorme y no dejaban de meterse conmigo. Mi madre me llevó a un médico para que me tranquilizara… Y claro, vernos ahora ‘colgados’ en la fachada del Teatro Español, pues tenemos muchas ganas de que vengan los idiotas», dice haciendo alusión a aquellos que ejercieron el acoso sobre los demás en las aulas.
Por esto mismo consideran que «reflejar otros físicos, otros modelos, como actores o como artistas es muy importante porque el teatro genera patrones de conducta».
A pesar de lo doloroso de estas experiencias, el humor salpica toda la representación. Cuando se le pregunta a Belén Ponce de León cómo consigue, junto a su partenaire Olga Rodríguez, mecer al público entre la carcajada – la lágrima a punto de caer – la sonrisa de nuevo en el rostro, lo tiene claro: «Trabajamos desde el juego al 100% y desde la autenticidad. Lo auténtico lo huele todo el mundo». En la obra pasa igual que en la realidad, apostilla Troncoso, «cuando cogemos un trozo de vida, no extirpamos lo desagradable. Mi maestro Philippe Gaulier dice que hay que trabajar desde tu naturaleza. El espectador vibrará si te expones. Si existe el riesgo de que no funcione, la cosa cambia. Ese día se ha dado la comunicación, ha pasado».
Las dos adolescentes protagonistas de La noria invisible viven las cosas desaforadamente. Sobre por qué ese título, José Troncoso se echa manos al estómago. «Yo notaba por dentro una lavadora todo el rato. Y con respecto al amor, ni te cuento. Cuando me enamoraba de alguien con 15 años, era una cosa espectacular. Esa noria invisible iba a toda velocidad por dentro».
«O saltas o no saltas. Tienes que saltar. Es la decisión»
Y a buen seguro muchos de los espectadores reconocen esas sensaciones. De ahí que se despierte una empatía desde el patio de butacas que las actrices justifican por «ese sentimiento, ese vivirlo todo como si todo el mundo estuviera mirando» y porque la compañía trabaja «desde el juego, desde la generosidad absoluta, desde me expongo y me desnudo delante de ti. Lo que das, lo recibes amplificado. O saltas o no saltas. Tienes que saltar. Es la decisión».
La música, en la que interviene Mariano Marín, juega un papel muy importante en la pieza, ya que Juana «la gafas» fantasea su realidad como si de un viodeoclip se tratase. De adolescente cantaba con el cepillo, rememora la actriz. Olga Rodríguez recuerda que al salir del colegio de monjas —y para tormento de sus padres—, se ponía en bucle las canciones: «era mi momento de evasión hacia un mundo más real que la realidad».
Con todo este pudor que significa ‘desnudarse’ frente al público, las componentes de La Estampida se presentan con su acento, desde la honestidad, escarbando en las raíces más profundas para reírse de uno mismo en compañía del público. Solo nos cabe una duda, ¿asistirán los idiotas?
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