El Arrancamiento dura apenas unos minutos. Una madre, aún sabedora de que su criatura ha sido abusada por su progenitor, debe entregarla al mismo para cumplir con la custodia compartida o las visitas dictaminadas por la justicia. De cuajo, sin preparación ni acompañamiento, cuerpos de policía armados arrancan a un niño o niña de corta edad de los brazos de su madre. Aunque los gritos y el llanto del menor o la menor desgarren el alma. Porque sabe que la dejan indefensa en manos de su maltratador.
La activista Pamela Palenciano, tras dos décadas girando por escenarios e institutos de todo el mundo (en especial de España e Iberoamérica) con No solo duelen los golpes, un hito contra la violencia patriarcal, presenta ahora Arrancamiento, hasta el 13 de junio en el Teatro del Barrio.
«¿Ustedes saben lo que se siente al día siguiente de que te arranquen a tu criatura llorando porque no se quiere ir con su padre?» Palenciano lanza esta pregunta a los espectadores, que ya tienen el corazón en un puño. Antes les ha mostrado el calvario por el que pasan las madres denunciantes ante jueces implacables, exparejas manipuladoras y victimistas, burocracias alienantes, entornos familiares abandónicos y la amenaza de la cárcel como horizonte.
Teatro documental
Según el Consejo de Europa, una o uno de cada cinco menores sufre violencia sexual antes de cumplir los 18 años. En España no hay estadísticas oficiales, pero de acuerdo con estudios de universidades, asociaciones y ONG, se supera esa cifra europea: calculan que dos de cada cinco criaturas han sido víctimas de abusos en el entorno familiar.
Las madres de niños y niñas que denuncian este tipo de violencia pasan por un largo proceso de denuncias, descrédito, pérdida de custodia y criminalización. El sistema tiende a dictaminar que estas denuncias son falsas. Que la madre miente. Que se debe intervenir y apartar a la criatura de quien, en realidad, la protege. Y así, condenan a los pequeños a vivir con su abusador.
En esta ocasión, la pieza de Pamela Palenciano no está basada en una experiencia propia, pero sí en un trabajo de campo de trece años: “Yo llegué a conocer esto cuando Celia Garrido, una trabajadora social que me acompaña habitualmente en los monólogos, me contó el caso de una familia en la que el padre había violado a la niña, pero nadie creía a la víctima excepto su madre”, recuerda. “Yo le pregunté a Celia cuál había sido la reacción de la familia, y me explicó que la madre estaba tratando de proteger a su hija incluso con la justicia en contra. Después conocí las historias de Amparo, de Isabel. Luego se hizo público el caso de Juana Rivas, el de Infancia Libre. Llevo unos trece años haciendo activismo o incluso monólogos para recaudar dinero para estas madres. He estado en congresos con ellas, en asambleas. Se han intentado constituir más de una vez como asociaciones o agrupaciones, pero no es fácil y cada caso se individualiza institucionalmente”.
El Síndrome de Alienación Parental no existe
Madres luchadoras, hijas e hijos desdibujados, padres abusadores y jueces que perpetúan esta tortura. Pamela Palenciano se pregunta si este tipo de situaciones se han convertido en una estructura. “En Arrancamiento hablamos de abuso sexual, pero sin perder el ángulo sobre un sistema que se encarga de perpetuar el abuso psicológico, físico y sexual de un padre hacia su criatura. Que lo respalda y perpetúa castigando a la madre que lo único que quiere es proteger a su hija o hijo. Cuando en este país una madre denuncia, porque la criatura no puede denunciar mientras sea menor de 18 años, no solo se basa en cómo la criatura verbaliza el abuso diciendo ‘papá me pega, papá me hace daño, papá no me quiere’. La progenitora acompaña esa denuncia con pruebas que ha buscado a partir de informes médicos o psicosociales. Pero la imagen que se construye de ella en este proceso es que tiene ganas de hostigar al padre, manipularlo, destrozar su vida”.
A esa madre se le atribuye el “síndrome de alienación parental, un síndrome que popularizó Richard Gatner”, psiquiatra y pederasta que defendía la pedofilia y que las mujeres sienten placer cuando las golpean. Acabó suicidándose. “La Organización Mundial de la Salud ha negado la existencia de este síndrome. Sin embargo, su uso se mantiene en los juzgados y en las facultades de Trabajo Social españoles”.
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