Pere Arquillué, outsider y semidiós en ‘Jerusalem’

José Antonio Alba

No hay discusión posible: además de otras cualidades para la dirección y la interpretación, Julio Manrique tiene olfato. Le sale bien, esto de seguir las huellas de buenos dramaturgos contemporáneos anglosajones para llevarlos a escena. El caso más paradigmático fue el de la multipremiada El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon. Ahora vuelve con Jerusalem, una obra del cineasta y dramaturgo británico Jez Butterworth que conquistó el West End londinense. Todo hace pensar que es una apuesta segura. Los críticos británicos calificaron la obra, estrenada en 2009, como «el fenómeno teatral de la década».

El caso es que el espectáculo tuvo tanto éxito que la gente hacía cola a las puertas del teatro desde la madrugada para conseguir entradas. ¿Y qué es lo que hace especial esta pieza? ¿Quizás su carácter inalcanzable? Jerusalem es una obra misteriosa protagonizada por un antihéroe que bascula entre el alma pobre y el ser mítico. El actor Pere Arquillué se pone al frente de un gran reparto para un espectáculo que abrió la programación teatral del Grec.

«Es una pieza muy grande que tiene diferentes lecturas. El personaje es enorme, quizás el más grande que he hecho nunca», continúa el intérprete. «Tiene mucho de fondo y muchas caras. Le busco referentes y me cuesta catalogarlo; es un semidiós y se sitúa entre Falstaff, Jesucristo y Cyrano», describe. «No sabes si es un fracasado o está tocado por los dioses. Se acerca a los pobres de espíritu, porque es con ellos que se siente cómodo», añade.

El protagonista está lleno de claroscuros. «Es un ‘outsider’, vive al margen de la sociedad, pero a la vez es un espejo de esta sociedad tan hipócrita, donde todos decimos una cosa y hacemos otra. Acaba siendo el chivo expiatorio, porque defiende otros modelos de vida», añade el Arquillué. El personaje vive en una caravana, bajo la amenaza del desahucio, y está atrapado por la adicción a las drogas. A la vez, es alguien muy querido en su comunidad. Se despierta con la ilusión excitante de un día de fiesta, pero ya sabemos que la suerte es caprichosa y el destino de un hombre puede cambiar en un momento. Jerusalem tiene una estructura aristotélica y todo pasa en un solo día. «Es mitad luz y mitad sombra, exaltación de una libertad anárquica pasada de vueltas con mucha droga y alcohol», dice el actor.

Es difícil hablar de la historia de Jerusalem sin desvelar detalles que podrían condicionar su lectura. El actor toma prevenciones porque no quiere privar a nadie del placer de sacar sus conclusiones, pero apunta que él la lee «como una misa laica, un ritual chamánico para poner en evidencia las debilidades de nuestra sociedad». Y mientras lo hace va hablando del derecho a la libertad, de la invasión del estado en el espíritu de un hombre, de la identidad individual y colectiva. «Es una caja de Pandora donde cabe todo, no te lo acabas nunca, y por eso es tan buena. Está llena de fuerza, es muy transgresora y sacude sin fin estómagos y conciencias», concluye Arquillué.

Belén Ginart

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