Cuando Mel Brooks escribió The Producers en 1967 y se estrenó en su faceta de director cinematográfico, pretendía mostrar una forma elegante e inteligente de derrotar a los grandes dictadores: para abatir su falsa seducción, era necesario el humor, la ridiculización, mostrar lo locos que son, realmente. Ésta era la intención de Springtime for Hitler, la idea primigenia, surgida casi como una broma entre amigos. Ante el miedo a una acogida hostil, pensó que convenía enmarcarlo en otra representación. Una obra dentro de otra obra, de alguna forma. Y la comicidad iba a continuar con el protagonismo de dos productores desastrosos. Uno, un fracasado, y el otro, un contable soñador. Para crear Max Bialystock, Mel Brooks, en una de tantas […]