“Azul, y me dejo caer…” apuesta por una estética de la disociación, de modo que lo que vemos en escena pocas veces refleja de forma realista los diferentes eventos de la fábula. Asimismo, el trabajo con el cuerpo adquiere un papel relevante en la pieza, como lugar de reivindicación e incitación a aquella toma de conciencia.