Decir de algo o de alguien que es «canela fina» es hablar de su excelente calidad y de su gran categoría. Este ciclo, con este nombre, nace precisamente para señalar esa calidad incipiente, para cumplir con nuestra obligación como centro público de creación contemporánea de impulsar y dar espacio a los artistas que están despegando y que tengan aquí un lugar y unos medios con los que demostrar que lo que hacen es, precisamente, canela fina. Es fundamental estar al lado de estos jóvenes y de sus óperas primas, porque no siempre este eslabón de la cadena tiene fácil el acceso a los escenarios.
En Los figurantes un grupo de niños de entre cuatro y cinco años juega sin ser consciente de que un público adulto los mira.
Los figurantes es una máquina de observar. Reproduce los filtros de una mirada adulta que, invariablemente sesgada por la culpa y el deseo, se dirige a la infancia como al más proyectivo, al más delirante y finalmente al más enigmático —quizás el más oscuro— de los espectáculos.
De esta ficción amorosa en la que todo un público de adultos anhela reconocerse, los niños solo son figurantes: son en cambio ogros y hombres del saco, aquí, quienes desde la oscuridad deletrean signos, descodifican indicios, fabrican presagios; son ellos los protagonistas, los intérpretes, los profanadores; son ellos quienes expugnan la tautología de la infancia.
Los nuevos ogros anidan en la mirada multitudinaria de un mundo adulto, amoroso, atento y escrupuloso, que pretende, como San Cristóbal, salvar a la infancia para que la infancia le salve de su cinismo; que se encarga de ella, carga con ella y finalmente se la carga; que la lleva apasionadamente en volandas hacia el desastre; que, con tal de volverla sagrada, la sacrifica. No hay monstruo más temible que un ángel de la guarda. ¿O será que los monstruos ya son menos temibles que los guardianes bien intencionados?