Cristo está en Tinder

Dice Rodrigo Garcia en el programa de mano de la pieza (que ya no es de mano, sino virtual como la vida misma que quiere retratar)  que Cristo está en Tinder porque suponemos que está en todas partes, así que también en las redes sociales, esas que Rodrigo García no frecuenta y contra las que arremete en esta pieza inspirada, de escenas brillantes y perturbadoras, con proyecciones muy pop de fotonovela, conversaciones en playback desconcertantes y frías como un beso por whatsapp; abrigos que bailan danzas viscosas, parejas que se agreden a besos, personajes que se precipitan reiteradamente y sin pasión en sus tumbas abiertas, una mascota robótica que escribe diarios particularmente descorazonadores e inspirados, un músico estupendo y tres intérpretes absolutamente geniales, tres performers/bailarines/intérpretes conectadísimos, Elisa Forcano, Carlos Pulpón y Selam Ortega, que sirven con muchísimo talento a la creación de esta obra  abstracta, fragmentada, interesantísima, entretenidísima y llena de hallazgos, que se ríe con la  deshumanización de las redes sociales, con sus nuevos mesías-influencers adoradores de los lugares comunes, imitadores rituales de gestos y palabras ajenas... y con nosotros, sus fieles y sus seguidores.

Un estupenda fiesta de escena contemporánea para el final de la temporada.

Cristo está en Tinder es la primera obra que he tenido el placer de vivir de Rodrigo García, escritor y director de escena con años de trayectoria y reconocimiento que, entre otros muchos logros destacables, fue director del Centre Dramatique National (CDN) de Montpellier entre 2014 y 2017.

La obra se sucede como una serie de dispositivos teatrales y audiovisuales que oscilan entre la danza conceptual, el anime, la performance y el teatro de texto. En ellas, se nos presentan personajes y situaciones que parecen extraidos de una distopía tecnologizada irritante, que en ocasiones puede resultarnos cercana a la realidad y en otras a una deformación colorida de alguna serie infantil de los 2000. Merece la pena destacar a los tres intérpretes en escena, Elisa Forcano, Selam Ortega y Carlos Pulpón (además de un perro-robot), que se entregan resolviendo magistralmente cada nuevo registro planteado por Rodrigo García, quien envuelve sus cuerpos en el espacio sonoro generado en directo por Javier Pedreira.

En el universo planteado con estos elementos se van turnando escenas con, en mi opinión, mayor y menor éxito. En lo variopinto de cada una y la difusa correlación entre ellas, se da una distinta conexión con lo que sucede. Esto me llevó a vibrar más en ciertas partes, como en aquellas en las que se apoyaban en texto reproducido o en las que la performance se planteaba desde la acción más que desde el movimiento danzado, y a desconectar más en otras. Sin embargo, esta desconexión que sentí, no me hizo apartar la mirada de la escena en ningún momento ni perder el interés en lo que ahí se estaba planteando. Creo, en este sentido, que Cristo está en Tinder es un buen ejemplo de lo que se dice del teatro de Rodrigo García: su apuesta escénica es arriesgada, original y propia, especialmente en lo formal, y merece la pena acudir a vivirla.